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CHINCHÓN EN LA POSGUERRA. IV (MEMORIA HISTÓRICA)

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CAPÍTULO III. OÍR MISA ENTERA TODOS LOS DOMINGOS Y FIESTAS DE GUARDAR.


La religión jugó un papel importante dentro de nuestra niñez y juventud. Eran tiempos de silencios en Semana Santa y de ayunos y abstinencias voluntarios, cuando los obligatorios ya eran demasiado frecuentes en nuestras vidas.

Como ya he dicho, el Régimen adoptó el Nacional-catolicismo como la única y verdadera religión. Aunque tradicionalmente la gente de Chinchón había frecuentado la Iglesia, después de la guerra esta práctica se consolidó; no solo como reacción a los años de anticlericalismo de la guerra, sino porque otra postura podría ocasionar represalias no deseadas por nadie.
El primer cura en llegar, como ya he dicho, fue don Pablo Rodríguez Manzano, que era natural de Móstoles, y que se encargó de organizar “misiones” para catequizar a niños y adultos, que atrajo de nuevo a la iglesia a los fieles horrorizados por los años de ateísmo y libertinaje vividos durante la guerra.
Le sustituyó en el año 1947 don Abrahán Quintanilla Rojas, que venía de Morata de Tajuña, y en el año 1954 llega a Chinchón don Valentín Navío López, un buen predicador, que hizo algunas innovaciones en la liturgia y en las celebraciones y procesiones. En su tiempo trajo desde Madrid una imagen de la Virgen de Fátima, portada a hombros por hombres de Chinchón. Cuando llegó la imagen al pueblo se le hizo un solemne acto de bienvenida en la plaza, haciendo un altar encima de la Fuente Arriba, desde donde el Sr. Cura hizo una sentida homilía.

Don Valentín Navío López dirige una plática de bienvenida con motivo de la llegada de la imagen de la Virgen de Fátima a Chinchón.

Después llegó a Chinchón don Moisés Gualda Carmena, que será recordado por las obras de restauración de la iglesia parroquial, y que terminó su ministerio en nuestro pueblo. Hay que recordar también a los coadjutores que durante este tiempo llegaron a Chinchón: Don Juan Tena, don Federico Santiago, don Germán López, don Enrique Argente, don Raúl Gómez, don José Manuel de Lapuerta, don Santiago Martínez, que murió ahogado en Chinchón, don Aquilino Ochoa, don Agustín Regadera, don Luis Lezama y don Lorenzo Merino; aunque estos últimos llegaron cuando ya la posguerra empezaba a ser historia.
Al hablar de la religión en aquellos tiempos, habrá que convenir que todo era bastante sencillo. No era cuestión de entrar en profundizar en los dogmas; era lo que entonces se llamaba la “fe del carbonero”. Si tuviéramos que buscar una palabra que lo definiese, esa sería “sencillez”. Todo estaba como muy bien definido y no había que discutir nada. Todo era así de sencillo. Hacer lo que te decía el cura, el maestro y tus padres. El lema “Dios, Patria y familia” se aplicaba con absoluta normalidad, y todo era tan sencillo como cumplir las normas; nadie nos planteábamos que pudiera ser de otra forma, y si alguno se lo planteaba, ya se encargaba la autoridad –Dios, Patria y familia- o sea la Iglesia, el Poder y los Padres, en dejar bien sentados los principio inamovibles que necesariamente había que acatar. Aunque pudiera parecer que esto podría crear algún problema, era todo lo contrario, era muy fácil, hacíamos lo que nos mandaban, (por lo menos cuando nos veían) y así no había que pensar demasiado.
Había normas, no escritas, para todo; cómo había que dirigirse a los mayores, el comportamiento en el colegio –levantarse cuando entraba algún mayor en la clase, estar con los brazos cruzados mientras las explicaciones del maestro-, cómo presentarse: “Fulanito de Tal y Tal, para servir a Dios y a usted”. Y estas normas de educación y urbanidad iban marcando nuestro carácter y nuestro comportamiento, haciendo de nosotros unos niños muy educados y sumisos, incapaces, no solo de contestar a una persona mayor, ni siquiera de plantearse si lo que nos mandaban era razonable.
l Así, la costumbre era ley. Se iba a misa los domingos y fiestas de guardar, porque era la costumbre. En Semana Santa era costumbre, que además de asistir a las procesiones, no se podía cantar e incluso en la radio sólo se escuchaba música clásica.
Pero también había costumbres que eran esperadas con ilusión por todos nosotros. Era la Navidad. En las Navidades de entonces hacía mucho frío; en realidad en Chinchón hacía mucho frío desde que terminaban las Fiestas del Rosario hasta San Isidro.
Pero ya, a finales de diciembre, llegaban los hielos y había que calentar agua en el fogón para que las mujeres pudieran lavar en el tinajón del patio.
A pesar de que los tapabocas apenas si nos dejaban ver, en nuestras orejas iban apareciendo unos hermosos sabañones sólo comparables a los que también “florecían” en nuestras menudas pantorrillas, apenas cubiertas por ligeros calcetines, o en nuestras manos, a pesar de los guantes de lana que casi siempre guardábamos en el cabás - nosotros decíamos “cabaz” -para poder jugar más libremente, al peón, a las canicas o a las “bastas”.

San Isidro, también patrono de los labradores se celebraba todos los años en su festividad del día 15 de mayo. La procesión a su paso por la plazuela de Palacio.

El monótono soniquete de la lotería, que sonaba sólo en la radio de alguna casa de los “ricos”, era el preludio. El día veinticuatro, muy temprano, llegaba nuestra abuela con un “nochebueno” para el desayuno. Ya por la tarde, se formaban grupos de niños, que pertrechados con panderetas y zambombas, se echaban a la calle para pedir el aguinaldo.
! Ande, ande, ande, la Marimorena, / ande, ande, ande, que es la Nochebuena!
Una “perra gorda” era la recompensa habitual después de cantar un villancico a la puerta de las casas; en ocasiones, el premio era un polvorón y una “palomita” de anís. Y cuando se encendían las luces de la calle, de todas las chimeneas se escapaba la fumata blanca que anunciaba la preparación de suculentos manjares. El olor a leña quemada se mezclaba con el sabroso olor a pepitoria que se estaba preparando con la mejor gallina del corral - para la comida de Navidad se preparaba un arroz con los menudillos - que iba a ser el centro de la Cena de Nochebuena. De primero, lombarda y de postre dulce de almendra, después de una ensalada de cardo; para terminar con unos dulces y la copita de anís que esa noche nos dejaban probar a los niños. Después de cenar se iba a la Misa del Gallo y a la vuelta se pasaba por la casa de los abuelos o de los tíos, por donde iban desfilando todos los familiares para felicitar las Pascuas, donde se jugaba al “Cuco” y donde no paraba de pasar la bandeja, esa noche, repleta de dulces que se habían preparado en la propia casa.
Las Navidades de la infancia siempre tendrán un recuerdo muy especial para todos. Nuestras Navidades de la posguerra eran más dulces, si cabe, y más alegres, porque contrastaban más con el anodino discurrir de una vida llena de privaciones y de carencias. Los niños éramos protagonistas en esos días, y nadie nos hacía callar, porque entonces no había televisión; y por eso, las campanadas de fin de año las marcaba el viejo reloj de la torre que se instaló, un 24 de mayo del año 1890, por un relojero llamado Canseco, que había patentado un nuevo sistema para relojes de torre y por el que el Ayuntamiento pagó 1.950 Pesetas.
Pero unos días antes había que poner el nacimiento. En mi casa colaborábamos todos. Mi padre traía del campo piedras para formar las montañas. Nosotros, mis hermanos y yo traíamos el musgo de la Fuente Pata. Con un legón íbamos cortando el musgo más fresco y colocándolo con esmero en una espuerta pequeña. Mi madre era la directora artística y la principal artífice del belén.
Se colocaban en el comedor unas tablas encima de unos cajones, todo ello cubierto con una sábana y allí se iban formando todas las escenas de la Navidad; porque en nuestro belén también aparecía la Anunciación de la Virgen, la Posada, la Huida a Egipto; además del anuncio a los pastores, los Reyes Magos y, por supuesto, el Portal de Belén. Las casas las hacía mi madre con cajas de cartón, que después pintaba. En la casa de la Virgen de la Anunciación aparecían dos arcos inspirados en el bajorrelieve que hay en el retablo de la Iglesia de Chinchón.
Las figuritas que se conservaban de año en año, eran de barro, policromadas y la mayoría habían tenido que ser restauradas. Aún recuerdo un pastor “manco” que se dirigía animoso hacia el portal, acompañando a unas ovejitas “cojas” que había que medio clavar en el serrín que formaba el suelo para que se mantuviesen en pie. Luego estaba el Castillo de Herodes, en lo más alto de la montañas; un molino con una de sus aspas rota, un puente sobre un río de papel de plata que envolvían las tabletas de chocolate y un portal de Belén formado por trozos de corcho y una cepa retorcida salvada de la estufa, detrás de la cual se camuflaba una bombilla envuelta en papel celofán rojo.
El más pequeño de la casa tenía, cada año, el privilegio de poder colocar la figura del niño Jesús sobre las pajas del pesebre; para terminar colocando una estrella de cartón pintada de purpurina y rociar las montañas con harina para simular la nieve, mientras los Reyes Magos caminaban majestuosos por caminos de serrín.
Y ya solo quedaba cantar los villancicos con los vecinos y amigos que venían con sus panderetas para unirse también a nuestra celebración.

De gran arraigo, la procesión de los ramos en la Semana Santa. Las autoridades acompañan a los sacerdotes portando sus ramos de palmera.

Otra práctica religiosa muy celebrada en aquellos años eran “Las Flores a María”. Durante todo el mes de mayo, cuando ya la primavera había florecido en los patios y en las corralizas de todas las casas y el aroma de las rosas (y es que en aquellos años las rosas hasta tenían aroma) inundaba el pueblo, era el momento de celebrar “Las Flores”. En la Iglesia, en las ermitas y en casi todas las casas se montaban los altares a la Virgen María, que se adornaban con las rosas recién cortadas del rosal y, a media tarde, se podían escuchar por las calles los cantos de los niños:
“Venid y vamos todos, / con flores a María, / con flores a porfía, / que madre nuestra es”.
Pero no todo lo concerniente a la religión era tan bucólico. Cuando termina la guerra, las autoridades eclesiásticas quieren delimitar claramente cuáles eran las costumbres que debían imperar en un pueblo de tan recia raigambre religiosa como Chinchón. Empieza a funcionar la organización de las “Hijas de María”, a la que debían pertenecer todas jóvenes de las buenas familias del pueblo, y la “Acción Católica” a la que todos los jóvenes debía inscribirse como aspirantes.

Simultáneamente, como ya he contado, también había empezado a funcionar la Organización Juvenil Española que dependía de Falange Española y de las JONS. En esta organización se fomentaban los valores patrióticos, que aunque no estaban enfrentados a los propuestos por la religión, primaban más el valor y el arrojo de sus miembros, y no ponían reparos cuando alguno de sus “flechas” o “cadetes” consideraban que era necesario hacer entrar en razón a sus adversarios empleando medios más expeditivos, sobre todo si se trataba de los que se atrevían a no aceptar incondicionalmente los postulados del glorioso alzamiento nacional.
A veces los jóvenes de las dos organizaciones se unían haciendo causa común, cuando las circunstancias y la defensa de las buenas costumbres así lo aconsejaban.
Realmente, no sé de quién pudo ser la idea. Los domingos, a las once de la mañana se hacía una misa para los niños y los más jóvenes. A la entrada de la iglesia se les entregaban unas estampas, normalmente de santos, aunque también había de la Virgen María y del Sagrado Corazón de Jesús, debidamente selladas con la fecha del domingo al que correspondían, con las que los niños podían justificar que habían asistido a los oficios dominicales. Esta justificación era requerida habitualmente por padres y maestros y la carencia de la estampa-salvoconducto podía acarrear severos castigos. No obstante, parecía que este control no era suficiente y así se organizaron unas patrullas de vigilancia que durante el tiempo de la misa recorrían el pueblo para detectar a los que no cumplían con el deber de asistir a la misa dominical como mandaba la Santa Madre Iglesia. Cuando el infractor era descubierto, se le obligaba a ir a la iglesia, después de un buen tirón de orejas, además de efectuar la oportuna identificación para su posterior comunicación a las autoridades eclesiásticas y docentes, que se encargaban de poner en conocimiento de los padres de los infractores el terrible peligro que suponía dejar las prácticas piadosas, lo que en la mayoría de los casos llevaría a una vida licenciosa y de incalculables peligros para tan tiernos infantes.
Como se ve, la influencia de la Iglesia durante este periodo fue adquiriendo un notable incremento y algunos de sus mandatos fueron asumidos por las autoridades civiles porque así convenían a los objetivos de la Patria; como era el caso de la procreación. La Iglesia predicaba que había que aceptar todos los hijos que Dios te mandaba y la Patria necesitaba un aumento de la demografía para que aumentase la mano de obra tan necesaria para revitalizar la economía deprimida por la guerra. Aunque hay que reconocer que a este objetivo de la procreación también contribuían otros factores. Como podía ser que había que economizar luz y calefacción y la alternativa era acostarse temprano, pensando además que entonces no había televisión y la radio solo llegaba a las casas de la clase más pudiente.
En el año 1950 los jóvenes de la Acción Católica editaron un periódico que titularon "Vida" y que tuvo la vida efímera de 6 meses, de enero a junio de ese año. El que en plena posguerra y en un pueblo de poco más de 4000 habitantes se editase un periódico mensual, aunque solo durase unos meses, presupone un nivel cultural y una iniciativa muy poco habitual. En esta inusual tarea colaboraron, entre otros, Mateo de las Heras, Narciso del Nero, Jacinto Santos y Alfredo Rodríguez.
Un hito importante en la vida religiosa para los jóvenes fue la llegada a Chinchón, como coadjutor de la Parroquia de don José Manuel de Lapuerta, para colaborar con don Valentín Navío que entonces era el Párroco y con el otro coadjutor, don Raúl Gómez Noguerol.
Era el año 1955. Recién ordenado sacerdote llega don José Manuel, y organiza un pequeño coro para cantar en la novena del Rosario. Alquila para vivir una casa en el Barranco y allí empieza a reunir a los niños de 10 a 15 años para jugar al “palé” y otros juegos de mesa. Después compra una equipación y forma un equipo de fútbol. Al año siguiente crea un Centro Parroquial en el Caserón de la calle Benito Hortelano que pertenecía a la Fundación Aparicio de la Peña, donde pone diversos juegos recreativos y fija la sede de la Acción Católica. Funda la Sección de Aspirantes y aglutina a la mayoría de los niños de esas edades.
Además de su labor con la juventud, don José Manuel de Lapuerta practicó en Chinchón sus dotes de poeta, creando bellas poesías que años después fueron recogidas en un libro que se tituló “Chinchón en mi recuerdo”.
De entonces son estos sencillos versos que recogían la alineación del equipo de fútbol de Acción Católica:
“Y debajo de los postes/ Está Kadul de portero, / La defensa, Jesusito, / Félix y Enrique Pedrero. / José y Chele, en la media, / Manolo, de delantero, / Con Pepe Luis y Santiago, / “Carraña” y el Relojero”.
Para terminar la reseña de las actividades que desarrolló en aquellas fechas, don José Manuel también quiso organizar un grupo de teatro, para montar la obra “El Rey Negro” de Pedro Muñoz Seca, pero con escaso éxito, porque después de largas sesiones de ensayo, nunca llegó a estrenarse.

La primera Misa en Chinchón del José Medina Pintado, un acontecimiento importante en la vida religiosa del pueblo, cuando un hijo de Chinchón cantaba su primera misa.

Durante esos años hubo un florecimiento de las vocaciones sacerdotales en Chinchón, por el énfasis que ponían los curas en animar a que los jóvenes fuesen al Seminario. El hecho real es que pocas de aquellas vocaciones llegaron a cristalizar en el sacerdocio. Tan solo don Isidoro Pérez Montero, don Domingo Vega Gaitán, don Manuel Sardinero de Diego y don José Medina Pintado. Antes, otros sacerdotes nacidos en Chinchón, fueron don León Montero Frutos, don Emiliano Montero Ruiz y don Antonio Ontalva Manquillo, que murió asesinado durante la guerra civil; y mucho después don José Juan Lozano Carrasco.
En aquellos años se celebraba el DOMUND, o lo que es lo mismo, el domingo Mundial de las Misiones, que aquí también se llamaba de la Propagación de la Fe; con un gran despliegue de participación de todos los niños. Era como la cuestación actual de la “banderita” contra el cáncer y se celebraba el cuarto domingo de octubre, y en Chinchón ya hacía mucho frío. Con nuestros abrigos recién sacados del armario, íbamos a la sacristía a recoger nuestras huchas en forma de cabezas de niños, en las que se representaban a un negrito, un chino y hasta un piel roja para lanzarnos a la calle para pedir por las misiones. Antes el señor cura había dicho en la misa que aunque era importante pedir a Dios que enviase misioneros a predicar el evangelio, también era muy importante colaborar económicamente con las misiones.
Y es que la Iglesia nunca descuidó el aspecto económico. Recuerdo que en alguna ocasión nuestras madres nos mandaban a la Sacristía para comprar las bulas que nos permitían no tener que hacer abstinencia de comer carne durante todos los viernes del año. “Comprando” esta bula, te era permitido hacer dicha abstinencia solo durante los viernes de la Cuaresma. Aunque también hay que aclarar que el señor cura, que conocía a todos sus feligreses, daba la bula adecuada a la economía de cada familia.
Por entonces, en época de carencias, era importante la caridad para socorrer a los necesitados. En Chinchón, aunque se tenía solo para ir tirando y había pocos ricos, abundaban los pobres, pero había pocos de los que se llamaban “pobres de pedir”. No obstante no faltaban los pordioseros que llegaban de los pueblos cercanos a pedir su limosna por las calles. La gente no solía tener dinero para darles, pero nunca faltaba quien les ofreciese algo de comida. Aunque, por entonces, se solía oír con bastante frecuencia, aquello de
- ¡”Dios le ampare, hermano”!
La iglesia hacía mucho énfasis en aquello de la propagación de la fe, de las misiones, y del apostolado, y además de las tradicionales cofradías de toda la vida, empezaron a tener una presencia más activa la Acción Católica, las Hijas de María, el Apostolado de la fe y la Adoración Nocturna.
Aunque entonces empezamos a ver una imagen más amable de la religión por los métodos pastorales del nuevo cura, los dogmas y la moral católica seguían siendo pétreos. Según el dicho de que todo lo que nos gusta o engorda o es pecado; como entonces casi nadie engordaba, por defecto, casi todo era pecado.
En aquellos años se nos ponía como un modelo a seguir a la joven italiana María Goretti que había sido elevada a los altares por la ejemplaridad de su vida y de su muerte. Una niña obediente y dedicada a la ayuda de sus padres ya mayores; a la edad de 12 años fue asesinada por un joven que intentó abusar de ella, prefiriendo la muerte a perder su inmaculada virtud. Desde el púlpito de la iglesia y desde el cuarto de estar de nuestras casas nos proponían a la nueva santa como ejemplo a seguir, sobre todo por las niñas, puesto que en ella se daban las virtudes más apreciadas entonces: la obediencia, la laboriosidad y sobre todo, la pureza.
Por el contrario, hubo un gran escándalo en toda España por el estreno de la película “Gilda” que protagonizaban Rita Hayworth y Glenn Ford. La sonora bofetada que Glenn da a la protagonista era recibida con aplausos por un sector del público y con silbidos y abucheos por otros.
Un ejemplo de la ola de moralidad que imperaba en aquellos tiempos es esta curiosa noticia que publicaba la prensa en el año 1952:
“Se abre hoy, en Santander, el II Congreso Nacional de Moralidad en Playas y Piscinas, bajo la presidencia de los obispos de Santander y Sión. La falta de pudor y recato en playas y piscinas, preocupa a las personas biempensantes. La exposición pública del cuerpo puede alentar gravemente al pecado”
Es solo una muestra de los parámetros de la moralidad en la que nos movimos en aquellos años. Pero, después de todo, logramos sobrevivir y sin padecer ningún trauma irreversible para nuestra vida futura. Pero es que ya he dicho, que entonces éramos tan pobres que ni un mínimo trauma nos podíamos permitir.

                                                                                                                            Continuará....

TU RECUERDO

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Aún me duele tu recuerdo
En noches de luna clara
Cuando en mis sueños despiertos
Me parece ver tu cara.

He pasado tantos días
Entre llantos y suspiros 
Añorando los momentos
En que tú estabas conmigo
Que tu falta, se hace pena
Y en tu ausencia no consigo 
Llevar la vida serena
De cuando estaba contigo.

Aunque ha pasado tanto tiempo
De noches claras en vela
Aún me duele tu recuerdo
Y nada a mí me consuela.

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA. V (MEMORIA HISTÓRICA)

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CAPÍTULO IV. FIESTAS.


Entonces, cuando la vida cotidiana se reducía a trabajar y trabajar, cuando durante todo el año apenas si nos podíamos permitir algún capricho, eran las fiestas los únicos paréntesis festivos que podíamos disfrutar.
Las fiestas eran un oasis en nuestras vidas. Las fiestas era el tiempo de un descanso obligado y las fiestas eran las fechas en las que muchos de los que habían tenido que emigrar del pueblo, volvían para ver a sus familiares y para asistir a la procesión de San Roque; porque en Chinchón, aunque no se creyese en Dios, todos creíamos en San Roque.

Cuando en Chinchón se habla de fiestas, nos estamos refiriendo a las Fiestas de Nuestros Patronos, La Virgen de Gracia y San Roque, que se celebran los días 15 y 16 de Agosto.
En los años de la posguerra estas fiestas tenían una importancia que ahora no es fácil calibrar.
Entonces, cuando la vida cotidiana se reducía a trabajar y trabajar, cuando durante todo el año apenas si nos podíamos permitir algún capricho, eran las fiestas los únicos paréntesis festivos que podíamos disfrutar.
Bien es verdad que también estaban las Fiestas de Navidad, estaba la Semana Santa, estaban las fiestas de Santiago y de la Virgen del Rosario que antiguamente tuvieron hasta más importancia que las de San Roque, pero éstas llegaban cuando ya se habían terminado las labores de la recolección y cuando hacía buen tiempo para alargar los días y participar en todos los actos que se organizaban.
En la antigüedad, siglos atrás, estas fiestas coincidían con la feria de ganados, pero a mediados del siglo XX, la única reminiscencia de aquellas ferias eran las fiestas con toros.
Durante mucho tiempo, y en la época de que nos ocupamos, las fiestas se centraban entre los días 14 y 18 del mes de Agosto. Fue después, cuando ya la esencia de las fiestas se perdía, cuando se fueron ampliando las fechas y los actos, sobre todo los encierros desproporcionadamente.
El primer día, por la noche se celebraba la pólvora en la Plaza Mayor, amenizada por los músicos, que entre castillo y castillo de fuego, interpretaban las canciones de moda para que los mozos bailasen en la arena de la plaza.
Previamente, a la caída de la tarde se había encendido el alumbrado festivo que consistía en una hilera de bombillas que recorría el centro de la calle de la Iglesia, la calle Grande y la calle de los Huertos. La plaza se iluminaba también con varias bombillas más gordas que atravesaban el ruedo colgadas de gruesos alambres. (Esta iluminación se inició en el año 1898, en que llegó la electricidad a Chinchón). A las doce en punto del mediodía se habían lanzado las "bombas reales" - lanzamiento de cohetes y tracas - como anuncio del inicio de las Fiestas.

Antes no había contrabarrera. Sólo el tabloncillo y los palos. Para las grandes corridas, se colocaban los carros alrededor para aumentar el aforo.

El día 15, Festividad de la Virgen de Gracia, había funciones religiosas y procesión por la tarde en la que se trasladaba la Imagen de la Virgen hasta la Ermita de San Roque. El 16, día del Santo Patrón, por la mañana, se trasladaba la Imagen de San Roque, acompañada por la de la Virgen hasta la Parroquia. Era la procesión llamada de los pobres. Al mediodía se celebraba la solemne Misa Mayor, que siempre tenía una gran concurrencia. Por la tarde tenía lugar el encierro de los toros de la corrida del día siguiente. Aunque se iniciaba muy temprano, a eso de las cuatro de la tarde, había veces que no se habían encerrado los toros a la hora de la procesión, que en ocasiones tenía que empezar bien entrada la noche. Esta era la procesión llamada de los ricos, porque todos los asistentes lucían sus mejores galas, y en la que la imagen del Santo volvía a su Ermita, acompañada por la mayoría de los vecinos de Chinchón y de los que venían de fuera para asistir a la procesión.
El día 17 era el día de los toros. Por la mañana se soltaba el "toro del aguardiente" y a las doce se "hacía la prueba" de los toros que se iban a lidiar por la tarde. Se soltaban uno o dos toros de la lidia que era corrido por los mozos en una capea, sin tener en cuenta el peligro que esta práctica podía tener para los toreros en la corrida de la tarde. En realidad la corrida era una novillada sin picadores en la que alternaban jóvenes aspirantes a toreros y lo verdaderamente importante eran las capeas en las que se corrían toros de gran tamaño y en las que los mozos del lugar competían con los maletillas que llegaban con la esperanza de dar unos pases que les abriesen las puertas de la fama.

A veces se soltaban los toros directamente en la plaza desde los cajones

El 18 era el día de descanso. Por la tarde se celebraba la Almoneda en la que se subastaban los regalos que se habían hecho al Santo; ristras de ajos, embutidos, vino, dulces y anís. Durante la almoneda se obsequiaba con limonada a todos los asistentes que podían participar en la subasta o divertirse con las ocurrencias de los "animadores" que incitaban con gracejo a subir las pujas. Desde aquí queremos dejar un cariñoso recuerdo para el "Pregonero", "Machaco" y "El Pajero" que, durante casi un siglo, colaboraron en este menester
Aparte de los actos "oficiales" que se han reseñado, durante las fiestas había "grandes bailes de sociedad" en los salones del "Duende", en baile de “Las Cañas”, y también en el baile del Alamillo primero y de "Finuras" después, que alcanzó una gran aceptación en los años cincuenta y sesenta en lo que se llamó "baile del vermú" que tenía lugar al mediodía y donde se ponía a prueba a los mozos, que poco acostumbrados a los trajes y las corbatas, sufrían estoicamente los rigores del calor del pleno mes de agosto de Chinchón, por aprovechar una de las pocas oportunidades que se les ofrecía de bailar con la moza a la que querían pretender.
Las fiestas eran días en los que en todas las casas se recibían a los huéspedes. En realidad, los huéspedes eran familiares que vivían fuera y que volvían una vez al año para acompañar a San Roque en su procesión y ver a los padres y a los hermanos. En estas fechas se encentaba el jamón de la matanza y se sacrificaba uno de los mejores gallos del corral, porque en Chinchón, y en aquellas épocas, era proverbial la buena acogida que se daba a los forasteros, aunque fuesen de la familia.
En las fiestas, para las misas y sobre todo para las procesiones se reservaban los mejores trajes; los de quintos, los de novios o lo de las bodas, porque era impensable acudir a los actos oficiales sin vestir como requería la costumbre y la etiqueta establecida.
En las fiestas se solía conseguir la primera autorización de los padres para poder no ir a dormir por la noche; para después del baile, tomar una copita de anís, bajar a la misa de las Clarisas y después ir al encierro.

Pero siempre fueron famosos los grandes encierros

Porque, sin ninguna duda, los actos de mayor asistencia eran los encierros. La celebración de encierros en Chinchón es una tradición que se ha mantenido en el tiempo. En épocas en que estuvieron totalmente prohibidos, Chinchón, junto con Pamplona, Sepúlveda, San Sebastián de los Reyes, y pocos más eran las excepciones que confirmaban la regla.
En aquella época el encierro se hacía a las cuatro de la tarde del día del Patrón. Los toros que se iban a lidiar al día siguiente se traían andando desde la dehesa, acompañados por los mayorales a caballo. El día antes llegaban al Valle, y allí permanecían hasta el día del encierro por la mañana, que llegaban hasta la Fuente Pata, donde esperaban hasta la hora del inicio. Los mozos se iban uniendo a la manada, guardando las distancias, aunque los toros en el campo eran menos peligrosos.
Desde dos horas antes del encierro los mozos a pié y los señoritos a caballo, iban tomando posiciones para correr el encierro. Ese día, además de los cuatro toros de muerte de la novillada del día siguiente, traían dos toros de capea y cinco bueyes.
La calle de los Huertos repleta de gente que se apartaba al paso de toros y caballos mientras el infernal griterío en la Plaza acogía la llegada a la Puerta de la Villa en la que se formaba un tumulto de hombres, toros y caballos, de un colorido y una plasticidad inenarrable.

Se celebraban también las conocidas capeas en las que se podían lucir los recortadores, los maletillas y todos los aficionados.

Una diferencia importante era la forma que entonces había de recortar a los toros. En la actualidad se ha mejorado mucho esta técnica y los que lo practican han alcanzado casi la profesionalidad. Ahora se cita al toro de frente y se le hace un quiebro o se le recorta por la cara. Entonces, el mozo entraba al toro por detrás para cogerle desprevenido; después, si el toro se arrancaba, era cuestión de correr en zigzag, porque si corrían en línea recta era fácil que no llegasen al tabloncillo, y entonces, sí que los gritos, sobre todo de las mujeres, alcanzaban su máximo volumen. Se recuerda al “Perla “y a Victoriano Moya, y a “Pachano” y a su compañero al que apodaban “Conejo” por su habilidad para escapar zigzagueando de la cara del toro; que estaban considerados como grandes recortadores que, entonces, alcanzaron el prestigio y la admiración, sobre todo de los niños, comparable con la que ahora puedan tener Sergio Delgado o Rozalén.
Más de uno de uno de nosotros sufrió la angustia de verse perseguido por un toro, en el encierro o en las capeas, hasta que los años, la novia o la sensatez nos desaconsejó estas peligrosas aficiones.
                                                                                                                             Continuará....

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA. VI (MEMORIA HISTÓRICA)

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CAPITULO V. CELEBRACIONES


Además de las fiestas, en la posguerra tampoco faltaron las celebraciones. Y las bodas eran, sin ninguna duda, las que acaparaban los mayores dispendios, sin llegar, claro está, a los excesos actuales.
Pero además, siempre se encontraba algún motivo de festejar cualquier nimio acontecimiento que hiciese más llevadera la vida monótona de aquellos años.
Y de aquellas celebraciones nos quedan el dulce sabor de los repápalos, de los bollos de aceite, de los bartolillos, de las magdalenas y de las rosquillas, todo ello regado con un buen trago de limonada o una copita de anís.

Entonces, en la Posguerra, se celebraba todo. Los cumpleaños, los santos, los bautizos, las comuniones y, por supuesto, las bodas. Las reuniones, los alboroques y las juergas, también eran celebraciones, pero con los amigos; como veremos en el capítulo siguiente. Cualquier motivo era válido para justificar la organización de alguna fiesta o fiestecilla.
Claro está que estas celebraciones no tenían nada que ver con lo que ahora entendemos con “celebrar”. Entonces, aún, la gente era sensata y estas celebraciones no sobrepasaban nunca la capacidad económica de los organizadores que se las arreglaban para compartir con amigos y familiares la alegría del evento, pero sin los despilfarros a los que ahora estamos acostumbrados.
Las más frecuentes eran los cumpleaños y los santos, aunque en Chinchón no había mucha costumbre de celebrarlos. Acudían padres, hermanos, tíos, primos, amigos y vecinos.
Pero entonces no se decía “vamos al “cumpleaños de…”, se decía vamos “a los días de…”; por ejemplo, “vamos a los Solares, a dar los días a la tía Regina, la del tío Valentín…”
Las bebidas eran el agua de limón y la “limoná” que regaban los dulces que se preparaban en casa. Las rosquillas, los repápalos, los bollos de aceite y de manteca, las magdalenas, los bartolillos, y las hojuelas que se presentaban en bandejas que los anfitriones iban pasando en “reos” para que cada uno cogiese uno de los dulces.
Nadie se atrevía a levantarse del asiento para coger un dulce de la bandeja hasta que no se lo ofrecían. Era una forma de reparto equitativo. Luego se iba pasando el porrón con la limonada o la jarra con el agua de limón que se iba sirviendo en vasos que podían ser compartidos por los invitados.
Al final, siempre aparecía una botella de anís, que era el mejor complemento para los bollitos de aceite que solían ser los más apreciados.
Los bautizos no se celebraban demasiado porque entonces se tenían muchos hijos y los tiempos no estaban para demasiados gastos. Como mucho, el primero y sobre todo si era el primer nieto de alguna de las familias.

La primera comunión. Ya entonces se celebraba por todo lo alto. Los niños que hicieron su primera comunión en el año 1953. El grupo fotografiado en el patio del Colegio de Cristo Rey.

Las comuniones si eran más celebradas; pero sobre todo por la fiesta que organizaba la Parroquia para dar más importancia a la celebración.
Los vestidos de primera comunión eran ya entonces muy parecidos a los actuales. Estaban confeccionados con una tela que llamaban de organdí, blanco, por supuesto. La falda, larga hasta los pies, era lisa, pero en la parte de abajo tenía varios volantes plisados a mano con tenacillas calentadas al fuego. Este proceso era muy primoroso, porque había que ir limpiando concienzudamente las tenacillas, después de calentadas entre las brasas, para evitar que manchasen una tela tan delicada. Estos volantes se repetían en la parte superior formando un canesú y llegaban hasta las mangas que iban ciñéndose a los bracitos hasta terminar en puños con presillas y botonadura de perlas. El tocado era también de organdí con adornos florales de la misma tela que terminaba en un velo de tul ilusión, que bien podría ser el velo de alguna novia de la familia.
En las casas de los más pudientes, la muda de la ropa interior de la niña se la encargaban a las monjas clarisas que la bordaban a mano. Era de crespón blanco terminado en encaje y unos lacitos de raso. En la camisita le habían bordado las iniciales de la niña. Los zapatitos blancos de charol y los calcetines de perle, solían ser el regalo de los padrinos. Claro está que en muchas casas el atuendo se solucionaba adaptando el vestido de una hermana mayor o el de alguna vecina que había hecho la comunión unos años antes.
El traje de los niños solía ser un traje de marinero o un traje de chaqueta y pantalón blancos, normalmente también heredado de algún hermano o familiar cercano. También había trajes de monjes e incluso, algún que otro traje de angelito con sus alas y todo.
Los niños habían asistido a la catequesis, donde enseñaban las oraciones que todos debían conocer para poder comulgar, aunque muchos de ellos ya se las traían aprendidas de casa. Las catequistas insistían en que el vestido no era lo importante, sino la pureza del alma para recibir al niño Jesús, aunque a ellos les seguía haciendo más ilusión el vestido tan bonito que les habían preparado y los regalos que esperaban recibir en ese día.
Los días previos a la fiesta, en casa, se exponía toda la ropa de los niños para que la pudieran admirar los familiares y las amistades que iban pasando por la casa para ver las ropas de la comunión. Esa costumbre también existía cuando se celebraba una boda; entonces se exponía el traje y toda la dote de la novia y el traje del novio en sus respectivas casas. Incluso, se solía hacer con la ropa que estrenaría el mozo que entraba en quintas. Eran las oportunidades que se tenían para demostrar la alcurnia de la familia.
Uno de los regalos más frecuentes, por entonces, era una librito con pastas de nácar con todas las oraciones de la comunión y la santa misa. También tenía unos dibujos muy bonitos de ángeles y niños santos. A los niños lo que más nos impresionaba era una estampa en la que se veía a las almas condenadas en el infierno, allí el demonio pinchaba con un tridente a los pecadores que se quemaban en unas hogueras con llamas rojas y reflejos amarillos. Deducíamos por la expresión de sus caras, que daban gritos y alaridos, arrepentidos de sus pecados. Pero nosotros nunca iríamos al infierno, porque éramos niños buenos y obedientes, que cumpliríamos siempre con los mandamientos de la Iglesia. Y además, para eso guardábamos en una cajita todas las estampas que daban los domingos, a la entrada de la misa, para justificar nuestra asistencia.
Para ese día se hacían unos recordatorios con imágenes de santos, del Sagrado Corazón o de la Virgen, y debajo el nombre del niño, la fecha y la inscripción "El día más feliz de mi vida", que se repartían entre familiares y amigos.

Años después. en la sacristía de la Parroquia, los curas, don Valentín y don José Manuel, los maestros, don Lorenzo, don Ramón y doña Matilde, y las autoridades civiles y militares, acompañan a los niños en el desayuno que se les ofrecía después de la misa.

Después de la ceremonia de la iglesia, se ofrecía un desayuno a todos los niños que habían comulgado por primera vez. Entonces, hay que recordar, para comulgar había que guardar ayuno. En el Colegio de Cristo Rey primero, o en la propia sacristía después, se preparaban un chocolate con bollos y dulces, y eso, entonces era una celebración que después recordaban todos los niños, porque era una excepción en lo que normalmente era el desayuno diario en sus casas, aunque algunos no lograsen que sus nuevos trajes blancos no terminasen con una buena mancha de chocolate.
El ágape estaba servido por las monjitas, cuando era en el colegio, o por las catequistas cuando se hacía en la Sacristía.
En todas las celebraciones, los familiares más cercanos, como abuelos y tíos, solían llevar un pequeño detalle como regalo, sobre todo si el protagonista era un niño.
Había otra celebración que tenía un gran arraigo y que fue decayendo poco a poco ya en tiempos de posguerra, hasta su total desaparición cuando fue suprimido el servicio militar obligatorio. Era la fiesta de los “Quintos”.
Durante esos días, porque la fiesta duraba tres o cuatro, se podía escuchar por las calles de Chinchón:

La quinta de los nacidos en el año 1945. Era el día de los ”quintos” y había que celebrarlo, cantando las coplas, antes de ir a tallarse en el Ayuntamiento.

"Somos los quintos de hogaño, /tocamos la pandereta, /el que no nos quiera oír /que se vaya a hacer puñetas."
De la tradición carnavalesca en Chinchón, la fiesta de los quintos heredó su aspecto satírico. Así se hacían famosas cada año las coplillas que se dedicaban a los acontecimientos más relevantes del año y a las personas que se habían distinguido por cualquier motivo, sobre todo si ofrecía algo de morbo. Aunque los quintos no estaban amparados por un disfraz, sí conseguían el anonimato dentro del grupo y así se atrevían a satirizar a las personas y a las costumbres. Muchas veces eran diatribas mordaces hacia los poderes fácticos, otras, la crítica social, el descubrimiento de un turbio asunto, incluso el ataque frontal a un enemigo, pero todo salpicado de ingenio en sencillos versos octosílabos con rima en los versos pares.
Debió ser de tal importancia esta costumbre en tiempos anteriores, que cuando se hace la jota de Chinchón, se incluyen varias estrofas dedicadas a los quintos; la primera que he reseñado antes y las dos siguientes, que son un ejemplo claro de lo comentado anteriormente, ya que se ridiculiza a los "señoritos" y a una moza que debía ser algo ligera de cascos:
“La farola de mi pueblo/se está muriendo de risa/ por ver a los señoritos/ con corbata y sin camisa”.
“En Chinchón hay una moza/ que se tiene por formal/ y en la Puerta de la Villa/ ha perdido el delantal”.
El día en que los mozos tenían que tallarse, que era el acto previo al sorteo de los reemplazos para alistarse en el servicio militar, era un gran día de fiesta, puesto que el hecho de ir al Servicio Militar suponía, hasta bien entrado el siglo XX, un acontecimiento de máxima importancia para la vida de los mozos de Chinchón. Para muchos iba a ser la primera vez que salían del pueblo, incluso su oportunidad para aprender a leer y a escribir y, desde luego, posiblemente la única oportunidad de "conocer mundo".
Si el mozo "salía mal", que era si era destinado a África, suponía un drama familiar digno de consuelo de parientes y vecinos que se apresuraban a mostrar su pesar a los padres del joven que no sabía muy bien donde estaba África, y que sólo tenía un poco claro que por allí estaban los moros. En cambio, si "salía bien" - esto es, si se quedaba en la Península -era motivo de alegría para todos los allegados y para el propio interesado al que se le presentaban ante sí promisorias aventuras militares, culturales e, incluso, amorosas, aunque esto último sembraba el desasosiego en la novia que era consciente de la obligación de esperar a su amado recluida en su casa para no verse en boca de los quintos del año siguiente que, en caso contrario, no dudarían en sacarla en sus cantares.

Los quintos, con sus trajes nuevos, posan en la plaza antes de ir al ayuntamiento para tallarse.

Con motivo de la llamada a quintas se compraba al mozo una dote completa, casi como si se tratase del ajuar de novio: Traje, camisas, ropa interior, zapatos, pañuelos, calcetines, etc. etc. que estrenaban el día de la talla. Ese día se reunían todos los mozos de la quinta en la Plazuela del Pozo, con sus trajes nuevos, y acompañados por los músicos, se dirigían hacia la Plaza entonando sus coplas satíricas. En el centro de la plaza, rodeados por gran cantidad de paisanos que celebraban sus ocurrencias, cantaban todo su repertorio hasta que a las doce en punto de la mañana se entraba en el Ayuntamiento donde el secretario oficiaba de maestro de ceremonias y en presencia del señor Alcalde se procedía a tallar a todos y cada uno de los mozos.
Durante los días previos habían ido pidiendo a familiares y vecinos una ayuda para sufragar los gastos de esta celebración que tenía un carácter casi iniciático. Además de la transgresión verbal de las canciones, siempre se cometían excesos en la bebida, lo que no estaba mal visto; incluso, durante años, se solía recordar la borrachera más sonada, lo que concedía un cierto prestigio al protagonista.
Pero, desde luego, la celebración por antonomasia, como ocurre ahora, eran las bodas.
En aquellos años, cuando el mundo se terminaba en el “Ventorro”, difícilmente llegaban noticias de más allá de la raya de Colmenar y no leía casi nadie el periódico, las noticias de la vida social del pueblo tenían una gran importancia. Como apenas llegaba la reseña de las bodas reales y eso con demasiado retraso, cualquier enlace local conseguía un seguimiento que no desmerecía con el que actualmente tienen las bodas de los toreros, las folklóricas y el resto del mundo de los llamados famosos.
La celebración de la boda duraba varios días y los fastos por este acontecimiento iban adquiriendo -poco a poco- la magnitud que ha llegado a desembocar en la desmesura que han alcanzado en la actualidad.
En aquellos años la boda era, como ahora, una oportunidad para mostrar a la sociedad el poder adquisitivo de la familia, en la que había que demostrar a todo el mundo la situación económica de los contrayentes, para lo cual siempre se hacían, casi como ocurre ahora, algún dispendio excesivo que se saliese de lo que podría ser aconsejable. El número de invitados era otro baremo que medía el potencial de la familia.
La férrea sociedad patriarcal imponía a los jóvenes esposos el seguir ligados, laboral y económicamente, con el cabeza de familia, por lo tanto, eran los padres del novio quienes se encargaban de preparar la vivienda, frecuentemente dentro de su misma casa, y la familia de la novia debía contribuir con el ajuar y mobiliario del nuevo hogar.

Las bodas, la más importante de las celebraciones sociales. Los contrayentes llegaban andando a la Iglesia. Aquí vemos una boda a la salida de la ceremonia, unos años antes, subiendo por el Arco de Palacio.

El vestido de novia era, hasta mediados del siglo XIX, el traje de fiesta típico de las mujeres de Chinchón que se confeccionaba para esa fecha y después se utilizaba en las distintas celebraciones festivas. Poco a poco se fue imponiendo la moda de los vestidos de calle en colores oscuros y no fue hasta mediados del siglo XX cuando se empezó a usar el vestido blanco.
También los hombres vestían, en un principio, su traje típico de fiesta con sus pantalones, su chaleco y su chaquetilla de pana negra, su camisa sin cuello, pulcramente almidonada, y grandes botas de piel. Con el paso del tiempo también fue evolucionando, pasando por el traje de chaqueta y corbata, hasta llegar a los “uniformes” hoy en uso.
Como se ha dicho antes, las celebraciones duraban varios días, aunque, lógicamente, la celebración principal era la comida del día de la boda. Por la mañana se había preparado un desayuno con magdalenas y bollos para la familia más allegada y al día siguiente se celebraba la “tornaboda” en la que de nuevo se volvían a reunir para comer -los restos del día anterior- los familiares y amigos más cercanos.
La comida de la boda se celebraba en la casa de alguno de los contrayentes y el menú estaba compuesto por carne guisada, arroz con leche, dulces, vinos de la tierra y aguardientes anisados. La preparación de la comida se encomendaba a personas expertas que se habían especializado en guisar en grandes cantidades. Porque en aquellas épocas, cuando la comida no era demasiado abundante, era más apreciada la cantidad que la calidad y se preparaba suficiente comida para que se hartasen todos los invitados.
Estas comidas suponían un gran dispendio que muchas familias no se podían permitir y eran sustituidas por meriendas compuestas por dulces, pastas, magdalenas, repápalos, bartolillos, mantecados y rosquillas y en las que la limonada corría en abundancia.
Por los años cincuenta se hizo una innovación que consistía en celebrar una merienda en los salones del baile de la “Sociedad”. En largas mesas formadas por tableros colocados sobre unas borriquetas, sobre las que se colocaba papel blanco a modo de manteles, y que rodeaban todo el salón; a cada uno de los invitados, sentados a ambos lados de las mesas, se le servía una bandeja de cartón con varias lonchas de embutidos y una barra de pan para hacer un bocadillo. En otra bandeja dos o tres pasteles y varias pastas, como postre. Vino y gaseosa para beber. A continuación llegaba el baile. Después que los nuevos esposos abrían el baile con el obligado vals, los mozos se apresuraban a sacar a bailar a las mozas, un largo repertorio de pasodobles, bajo la atenta mirada de las madres que se colocaban todo alrededor del salón para vigilar a los jóvenes bailarines. Era costumbre, que los mozos que no estaban invitados, sobre todo si estaban interesados en alguna joven de la boda, se colasen al baile “de pegote”, burlando la solícita vigilancia del tío Lorenzo Salas, el conserje, que intentaba por todos los medios impedir el paso a los que no estaban invitados. Cuando las bodas se celebraban en verano, se abrían todos los balcones del salón, y allí se salían las parejas, cuando las madres estaban distraídas, para sofocar los calores meteorológicos, y los amorosos. El baile, siempre, terminaba con la jota.

En los salones de la Sociedad, celebrando una boda en los años 50 y 60 del siglo XX.

Había, por entonces, una gran demanda para cubrir cualquier vacante circunstancial en el puesto de monaguillo, puesto que la participación en la ceremonia llevaba aparejada la asistencia a la merienda; hecho no establecido formalmente, pero generalmente aceptado por las familias de los contrayentes.
No consideramos necesario continuar con la evolución de esta costumbre de invitar a comer a familiares y amigos, por ser suficientemente conocido por todos, y evitarnos tener que relatar los excesos desproporcionados a los que se han llegado.
La ceremonia religiosa tenía lugar en la Parroquia - cuando no estaba en obras de reparación - o en la Iglesia del Rosario y el traslado hasta allí de los novios se hacía a pie. Era el momento de que todos -las mujeres principalmente- saliesen a la puerta de la calle para ver la boda. Alguien del acompañamiento, para avisar, solía gritar:
“ ! Salid, lechuzas, marranas, a ver la boda...!”
A la salida de la iglesia, el padrino lanzaba anisillos y peladillas, que los niños se disputaban, sin importarles que ese día les hubieran puesto la ropa nueva. Entonces no existía la costumbre de lanzar arroz a los novios. Eran tiempos de escasez y estaba muy arraigado aquel dicho de “Con las cosas de comer, no se juega”.
Lo del viaje de novios es una invención mucho más moderna. Hacer un viaje en carro, aunque no fuese nada más que hasta Aranjuez, no era el preludio indicado para la culminación de la tan esperada noche de bodas.
Los nuevos esposos estrenaban esa noche su nuevo hogar bajo la amenaza de las pesadas bromas de los amigos del novio, y a la mañana siguiente se integraban, de nuevo, en las celebraciones de la tornaboda, y terminadas éstas, iniciaban su nueva vida que, en lo económico y en lo laboral, no difería prácticamente en nada con la de solteros.
Entonces, cuando todavía existía un patriarcado efectivo, la nueva pareja solía entrar a formar parte (salvo excepciones) de la familia del novio. La casa podía estar dentro de la casona familiar en donde se habilitaban algunas habitaciones para la nueva pareja que seguía supeditada económicamente al patriarca, sobre todo en las familias campesinas.
Cuando un hijo se casaba seguía dependiendo económica y laboralmente del padre, quien era el que seguía dirigiendo las tareas del campo y el que indicaba, día a día, donde y qué labor tenía que realizar esa jornada.
Esta costumbre permaneció durante muchos años, hasta que fue decayendo la actividad agrícola y los hijos fueron dejando sus casas para trabajar en Madrid.
Era una forma de garantizarse los mayores su “pensión” y era admitido por los hijos para perpetuar esta costumbre que después también les daría a ellos la garantía para su vejez.
                                                                                                                             Continuará....

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA. VII (MEMORIA HISTÓRICA)

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CAPITULO VI. LOS AMIGOS.



Dicen que el que tiene un amigo, tiene un tesoro; si esto es verdad, nosotros entonces éramos afortunados, porque teníamos muchos y buenos amigos.
Los amigos de entonces eran para toda la vida. Los amigos se hacían en las calles de tu barrio, se continuaban en el colegio, seguían cuando ibas a buscar novia y después se conservaban durante toda la vida, reuniéndose todos los domingos para jugar al tute y al mus y para tomar unas “alcahueses” que habían comprado en la plaza, entre trago y trago de limonada.


Entonces la amistad era un bien duradero que se mantenía durante toda la vida.
En aquellos años el concepto de amistad tenía una gran importancia para los niños.
Desde muy pequeños nuestros padres nos daban una gran libertad. Nada comparable con la situación actual. Entonces la sensación de inseguridad no existía y lo único que se podía temer era algún que otro pequeño accidente mientras perpetrabas las travesuras propias de la edad.
La única norma inflexible de los padres es que tenías que estar de vuelta a casa, cuando “venía la luz”, es decir, cuando se encendía la iluminación de las calles. Y pensándolo bien era una norma concisa pero flexible, que además no era necesario cambiar dependiendo de la estación meteorológica, porque siempre iba marcada por la hora en que se hacía de noche.
Por eso era muy importante lo de tener amigos con quienes compartir tantas horas de libertad. Bien es verdad que antes de salir había que hacer los pocos deberes que te mandaban en la escuela, y ayudar en las tareas de la casa, de las que ya os hablaré más despacio.
En esos años los amigos eran, propiamente, los compañeros de juegos, que sobre todo en verano, llenaban gran parte de nuestra actividad. Y casi todos los juegos de entonces eran de participación, porque no existían ni las “tabletas”, ni los “comecocos”, ni la televisión. Como mucho sólo los tebeos, pero que también se compartían y cambiaban porque nuestro poder adquisitivo era pequeño para comprar todos los que salían a la venta. También escuchábamos por las tardes las novelas de la radio. Yo lo hacía cuando iba a merendar a casa de mi abuela y mientras me comía el cantero de pan con una onza de chocolate, escuchaba “Diego Valor” o “Tres hombres buenos”, que mucho después supe que estaba escrita por José Mallorquí Figuerola.
Aunque había pandillas de amigos por todos los barrios, al final casi todos terminábamos jugando en la plaza, que era, como si dijéramos, el gran estadio de toda clase de competiciones.
Desde la pídola al “rescatao”, desde el peón a los güitos, desde las “bastas” a la “chita”, de los niños; desde los “alfileres” al “aparato”, o desde los “cinturones” a la comba, de las niñas, la plaza ofrecía cobijo a todos los juegos conocidos o los que se nos podían ocurrir, porque otra de nuestras cualidades era la inventiva.
No teníamos juguetes, pero con un cajón y unos rodamientos creábamos unos bólidos que no tendrían nada que envidiar a un fórmula uno de ahora, sobre todo bajando por las empinadas cuestas de Chinchón. El aro, el “guá” la “tornija”… y las “dreas”.
Por si alguno desconoce qué es eso de las “dreas” os lo voy a explicar. Eran sencilla y llanamente un lucha tirando piedras de verdad a los del bando contrario. Aquí era muy importante contar con un buen grupo de amigos que te secundasen porque si estaban en inferioridad numérica, existía un riesgo evidente. A fuer de sinceros, estas salvajadas no se prodigaban demasiado y además, por aquel entonces, los ángeles de la guarda debían estar muy atentos, porque los daños nunca fueron demasiado graves, a pesar del peligro evidente de aquella práctica. En estas luchas era donde se ponía de manifiesto la rivalidad que existía entre los distintos barrios.
También se podían organizar “guerras” o batallas en las que se formaban dos bandos, que podían ser determinados por los barrios de residencia, quienes armados con espadas de madera y escudos fabricados con cartones y tablas se lanzaban al campo de batalla –normalmente la plaza- desde su “cuarteles”; uno en la plazuelilla del Rosario y otro en la Plaza Galaz. Se hicieron famosos en aquel tiempo dos “caudillos”: Jesusito “El de Sepu” y Pepe “Trastornos”, que por su gran arrojo y valentía conducían a sus huestes generalmente a la victoria. Fue famosa la célebre “Batalla del Vertedero” celebrada en un día de finales de un otoño frío y lluvioso en la que “El de Sepu” perdió en el barro uno de sus zapatos, motivo por el que su madre le obligó a abandonar su incipiente y prometedora carrera militar.
Este grupo de amigos se iba manteniendo en el tiempo. Después de los juegos de niños, se pasaba a la edad de merecer y entonces también era importante contar con algún amigo que te acompañase para cortejar a la moza que te gustaba, que también siempre, iba acompañada por una amiga.
Esta práctica de acompañamiento se mantenía aún después de haber formalizado el noviazgo, es decir, después de haber pedido permiso al padre para “hablar” formalmente con la joven. Y es que entonces no estaba bien visto que una joven, sobre todo si era de la Congregación de Hijas de María, saliese sola con el novio, sin llevar carabina.

Las reuniones. Los amigos de toda la vida se reunían los domingos por la tarde en casa de uno de ellos, rotativamente, para jugar al mus, al tute y al julepe, mientras tomaban los frutos secos y la limonada que había preparado el anfitrión.

Y estos grupos de amigos llegaban a desembocar en las “reuniones”. Y es que los hombres, en Chinchón, formaban las "reuniones".
Ese grupo de amigos, de los de toda la vida, se reunían aún después de casados, todos los domingos por la tarde, rotativamente, en casa de cada uno de ellos.
Antes de llegar a la casa donde se iban a reunir, uno de ellos se pasaba por la plaza.
Allí en el centro de la plaza se colocaban el Ariza y el tío Eustaquio “El cachigordo”, con sus puestos de frutos secos. Las "alcagüeses", las chufas, los garbanzos tostados, las pasas en sacos de lona blanca y las aceitunas que tenían puestas en agua en un pequeño tonelito de madera y que sacaban con un cazo con agujeros en el fondo.

Eustaquio, el tío “Cachigordo”, en su puesto de frutos secos en medio de la plaza. Visita obligada todos los domingos antes de acercarse por las “reuniónes” donde los hombres acudían para pasar la tarde con los amigos.


- Ariza, ponme un surtido que voy "pa" la "regunión".
En un cucurucho de papel de estraza colocado en uno de los platos dorados de la balanza iba echando, cuidadosamente, con un cacillo de hojalata un poco de cada producto, hasta que vencía el peso del otro plato en el que unas pesas negras y redondas marcaban la cantidad de la compra.
- Son dos reales.
El hombre, después de pagar los cincuenta céntimos, guardaba la compra en uno de los grandes bolsillos de su blusa negra, sacaba de su faja la petaca y un librillo de papel "Dominó" y liaba, con parsimonia, uno de "caldo de gallina", que para eso era domingo y estaba en la plaza. Sacudía con la palma de su mano izquierda la ruedecilla que rascaba la piedra de su mechero hasta que una chispa lograba prender la mecha, ayudada por la fina brisa que entraba por la Puerta de la Villa.
Mientras, los demás preparaban una limonada, y con los frutos secos se iban tomando un "reo" y otro y mientras jugaban a las cartas -generalmente al mus, al tute y al julepe - comentaban los acontecimientos y "discutían" de todo lo divino y de los humano. Las mujeres no participaban en estas reuniones, y como mucho, llegaban acompañadas de los niños, a la caída de la tarde, para volver con su marido a casa al finalizar la reunión. En ocasiones muy señaladas se reunían también para comer.
Una de estas ocasiones podía ser cuando había que celebrar un alboroque.
La palabra "alboroque" procede de la palabra árabe "albaraca" que significa dádiva, y se define como el agasajo que hacen el comprador o el vendedor o ambos a los que intervienen en una venta. En Chinchón tenía un significado más lúdico, y era el agasajo que alguien daba a sus amigos para celebrar cualquier acontecimiento gratificante.
Así, el mozo tenía que pagar el alboroque a sus amigos cuando formalizaba las relaciones con su novia. Aunque en este caso parece que no existe el factor de agradecimiento que aparece en la definición, debemos convenir que, en la mayoría de las ocasiones, los amigos tenían un papel fundamental y muchas veces decisivo en conseguir que la moza aceptase "hablar" con su pretendiente. Por eso se puede considerar como acertado emplear este término cuando pedían al novio que se pagase el alboroque, teniendo en cuenta que en toda relación amorosa existe un cierto contrato comercial. Y más en tiempos pasados, cuando los padres concertaban la boda de sus hijos pensando en ampliar sus tierras de labor y el mozo podía llegar a adquirir un atractivo especial en función de las viñas y los olivos de la familia.
También había que pagar el alboroque cuando se compraba una "muleta" -mula joven- nueva, se construía una casa o te llegaba una herencia imprevista.
Y el convite solía ser proporcional al acontecimiento que se celebraba. El compromiso, por ejemplo, de un mozo con la hija de un rico terrateniente - lo que hoy conocemos como un buen braguetazo - requería una celebración por todo lo alto, no menos que un cordero asado, al breve o cochifrito.

Tampoco faltaba una buena comida preparada en el campo. Era lo que entonces se llamaba una “juerga” y una buen guiso de patatas era el complemento ideal.

Estas celebraciones tenían lugar, por lo general, en la casa del anfitrión. Pero también había la costumbre de hacerlas en el campo. Entonces se decía que “se iba de juerga”. Aun hoy se va “de juerga” para celebrar la terminación de una casa, para organizar la fiesta de cualquier cofradía, para agradecer los favores que alguien te ha hecho, o para montar una fiestecilla con los amigos, para lo que no es necesario buscar demasiadas excusas.
Una costumbre de entonces, cuando no había televisión, eran las tertulias que se formaban a la puerta de las casas en verano. Al anochecer, cuando ya empezaba a refrescar, los vecinos sacaban sus sillas a la puerta y allí se comentaban las noticias que cada uno había sabido.

Sin duda un precedente de los programas de cotilleo, mezclados con el telediario de la noche, que ahora podemos ver en televisión.
Continuará....

EN SEPTIEMBRE Y EN CHINCHÓN...

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA. VIII (MEMORIA HISTÓRICA)

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CAPITULO VII. GASTRONOMÍA Y ACTIVIDADES ECONÓMICAS.


La actividad económica de Chinchón en este periodo de la posguerra se centraba principal y casi únicamente en la agricultura. Y la agricultura tenía una influencia muy directa en la gastronomía y en la economía del pueblo.
Pero también en Chinchón, por ser el centro administrativo de la Comarca, se fue creando una infraestructura comercial y de servicios de cierta importancia, que se mantuvo durante todo este tiempo, aunque posteriormente fue decayendo, cuando la proximidad y la mejora de los accesos a la Capital hicieron que el comercio dejase de tener la importancia de aquellos años.

La gastronomía en Chinchón en tiempos de posguerra era más bien escasa y poco variada.
En casi todas las casas de Chinchón, se comía el cocido; ya se sabe, con sus tres vuelcos: la sopa, los garbanzos y la carne. Pero, lógicamente, había distintos cocidos en función de la economía familiar.
Aparte del cocido, la gastronomía estaba impuesta por los productos que se tenían en la propia casa. En casi todas las casas había un cerdo que se cebaba con las sobras de las comidas y el pienso que se elaboraba con cebada. Los jamones, el tocino, los chicharrones, los embutidos, las morcillas, eran la base de la alimentación en aquellos tiempos.
Otra fuente importante eran las gallinas del corral que suministraban huevos diarios y carne para las grandes ocasiones y su manutención era barata. En una casa media de agricultores, sólo había que comprar el pan, la leche y la poca carne que se echaba en el cocido. También se utilizaba la carne de carnero, la de vaca y la de cordero; menos la de ternera, que era de uso prohibitivo para las economías modestas.
Las frutas, las verduras, las patatas y las legumbres nunca faltaban, y se solían hacer conservas con el fin de que durasen durante todo el año. Cuando terminaba la campaña, con las últimas cosechas se preparaba la conserva de los tomates, de las alcachofas, de los pimientos, de la carne de membrillo… En estas tareas solíamos ayudar los niños, que como luego contaré, siempre teníamos que participar en las tareas domésticas.
Pero si tuviéramos que determinar cuál es el plato más característico de Chinchón, este es, sin duda, el guiso de patatas; y sobre todo, el guiso de patatas que se hacía en el campo. La Vega de Chinchón está a diez kilómetros del pueblo, y hasta allí tenían que desplazarse los hombres para sus labores agrícolas. Esta distancia obligaba a los labradores a comer en el campo; y de ahí la tradición de buenos cocineros de los hombres de Chinchón.
Las comidas eran sencillas y de rápida elaboración, utilizando productos que se podían conseguir, en muchas ocasiones, allí mismo. Aunque se hacían algunos fritos, generalmente debían ser comidas de alto valor energético que ayudasen a soportar los rudos trabajos del campo: Los guisos.
Cuando todavía la civilización no había inventado lo de cambiar la hora para adaptar la jornada laboral a las horas de sol y casi nadie utilizaba reloj, el agricultor conocía la hora por las sombras en las distintas estaciones del año.
Así, en verano, te colocabas de espaldas al sol, y cuando podías pisar la sombra de tu cabeza, eran las doce del mediodía. A esa hora se iniciaba el rito de la comida. Generalmente se trabajaba en cuadrillas y por lo tanto se compartía la comida. El de mayor edad, o el que había conseguido la fama de mejor cocinero, preparaba el fuego. Al resguardo de un lindazo, o junto a una frondosa noguera se colocaban las trébedes o se formaba el hogar con tres piedras sobre las que se colocaba la "caldereta" o sartén. Con sarmiento o "recortillos" y hojarasca seca se encendía el fuego que después se iría alimentando con trozos de leña secos que se recogían en los alrededores.
Mientras se calentaba el aceite se cortaban unas patatas en gruesas rodajas unos pimientos recién cortados de la mata y con unos ajetes se formaba el aperitivo. Al aviso del "cocinero" toda la cuadrilla paraba para echar una "mascá", un trago de vino y volver al corte hasta que estaba preparada la comida.
Por otra parte hay que decir que en aquellos años de la posguerra era muy escaso el pescado que llegaba hasta Chinchón. Unos de los pioneros que se atrevieron con el oficio de pescaderos fue el tío Tomás y la tía Paula, que tenían su pescadería en la calle Grande a la entrada de la plaza, donde después ella puso el puesto de periódicos.
Luego también podemos recordar a Juan Carrasco y a Isidoro Olivar cuyos descendientes han mantenido la tradición hasta casi nuestros días.
Por entonces eran más frecuentes los pescados en salazón y los ahumados, como el bacalao y las sardinas arenques que eran una de las meriendas preferidas en las tardes calurosas de la trilla, aunque ese día había que consumir bastante más agua fresca del botijo.
Dentro de la gastronomía, también tenían su importancia la caza y la pesca, que eran una base importante en la alimentación de la familia y un medio de ingresos, cuando se vendían los excedentes.
Entonces la caza se practicaba con perros y eran menos utilizadas las armas de fuego, sobre todo por los menos pudientes. El conejo, la liebre, la perdiz y la codorniz, las palomas, incluso los gorriones, formaban parte de la gastronomía de la posguerra.
Los más jóvenes usábamos los tiradores o tirachinas para cazar pájaros. Había quien ya disponía de escopetas de aire comprimido y con una linterna íbamos por la noche a cazar gorriones en los árboles, que ya teníamos localizados.
También se utilizaban las redes y la “liga” una materia pringosa que se ponía en la hierba, cerca de fuentes y charcas, en donde quedaban pegados los pájaros.
Aunque menos abundante, también la pesca era otra fuente de alimentación. El río Tajuña, ahora sin apenas caudal y mucho más contaminado, tenía carpas y barbos que llegaban hasta los caces y caceras, y había grandes especialistas que los pescaban y después vendían por el pueblo.
También eran abundantes los cangrejos, ya totalmente desaparecidos, que eran muy apreciados y un bocado exquisito.
Y por fin, los caracoles que se cogían entre la maleza de los bordes de las caceras, y eran un complemento imprescindible para los guisos que se hacían los agricultores en el campo.
Entre los alimentos de primera necesidad, el pan tenía entonces una importancia y una presencia importante en las mesas de todas las familias.
Había varias tahonas; que ahora recuerde, la del Señor Vidal, en los soportales de la plaza, que se conoció siempre como la de “Las Lolas”, la de Monegre, precisamente en la calle de la Tahona, la panadería de los “Gallegos” que antes fue de Jesús Moya, la del Ontalva y la del Sindicato en la Calle de Zurita. También estaba la tahona de María, la Vda. de Severiano Pintado en la calle de Solares y la de Martiniano Codes en la calle Carpinteros.
Había un pan negro de centeno que era más barato y que comían los pobres, y luego estaba el pan de trigo del que se hacían las “libretas” de pan candeal, con su abundante miga y la base, aún hoy, para hacer las pozas. También se hacían las “vienas” que eran un adelanto de las barras actuales. Lo del pan artístico es un invento mucho más moderno y dirigido solo al turismo.
La leche es otro producto de primera necesidad. En Chinchón no había una gran tradición de ganado vacuno. Sólo unos pocos tenían sus vacas para producir leche. Entre ellos, las monjas de las clarisas, que vendían la leche a granel, como todos, y hasta allí bajábamos los niños con nuestras lecheras de zinc a por el cuartillo o cuartillo y medio que era el consumo diario de la casa.
Estaba también María la lechera, la mujer del tío Nicanor, que tenían el despacho en la calle de la Tahona. Ellos, ya entonces, promocionaron lo que ahora sería la leche desnatada. Consistía en echar un poco más de agua en la leche, lo que les permitía ofrecer a la clientela varios precios, en función de la mayor o menor cantidad de agua con que había sido "bautizada" la leche.
También podemos recordar a Juan "el Jaro", de la familia de los gallegos,también conocidos como los lecheros, que así se llamaba a todos estos ganaderos; que además de venderla en su casa, repartían la leche por las calles. La llevaban en un borrico con unas cántaras y después cambiaron el transporte a un carrillo con ruedas de goma, y llegaban hasta las casas para atender a sus clientes habituales.
Lógicamente las garantías sanitarias eran mínimas, pero no recuerdo que, por entonces, se produjese ninguna intoxicación grave.
También, dentro de la gastronomía, podemos hacer una pequeña reseña del aceite, del vino y sobre todo, del aguardiente anisado; el típico anís de Chinchón.
Que el aceite ha sido uno de sus productos más importantes para la economía de Chinchón, lo prueban la gran cantidad de almazaras que existían en el pueblo. Además de la Aceitera, estaban la de la calle Nueva propiedad de los abuelos de Julio González, la de la calle de la Tahona propiedad de la Familia Montes, la de la calle Benito Hortelano, que actualmente es el Mesón de las Cuevas del Vino, la de la calle Toledillo de Martiniano Codes, etc. etc.
La recolección de las olivas duraba gran parte del invierno. Pasada la fiesta de San Antón, cuando los días empezaban a alargarse y los soles de febrero empezaban a calentar, aparecían las cuadrillas formadas por toda la familia, en las que hombres, mujeres y niños rodeaban los olivones pertrechados con largas varas y mantas tejidas con sacos de arpillera para recoger las aceitunas.
Previamente, se habían recogido las aceitunas aún verdes o sin terminar de madurar para utilizarlas como aceitunas de mesas para ensaladas, aperitivo o meriendas, poniéndolas en una solución de agua y sosa para quitarlas el sabor amargo y aderezándolas después con vinagre, ajos, tomillo y otras hiervas aromáticas haciéndolas varios cortes verticales con una navaja para que tomasen mejor el aderezo y depositándolas en unas vasijas de barro con boca ancha que se cubría con una tapa de madera en la que había una ranura por la que salía un cazo con agujeros que se utilizaba para sacar las aceitunas.
Durante los meses que duraba la molturación y el prensado de las aceitunas por los arroyos de las calles discurría el alpechín, un líquido negruzco que desprendía un olor característico que parecía premonitorio de la llegada de la primavera.
Los trabajos de la almazara eran duros pues las jornadas de trabajo se alargaban hasta bien entrada la noche. Llegaban cada año hasta Chinchón cuadrillas de hombres fornidos que venían de la Mancha y de Extremadura, y que después de unos meses su piel quedaba tersa, blanca y brillante por el continuo contacto con el aceite y su nula exposición a los rayos del sol.
Algo parecido podríamos decir del vino. Prácticamente en todas las casas grandes del pueblo quedaban los restos de bodegas y cuevas con sus grandes tinajas que daban una idea de la importancia y cantidad de la producción vinícola en Chinchón.
Hasta hace relativamente poco tiempo siguieron funcionando las bodegas en las que se elaboraba el vino de forma artesanal. En el año 1958 se creó la Cooperativa Vinícola San Roque que acapara la mayor parte de la producción de Chinchón.
Como antes comenté, el anís es posiblemente el producto que más hizo para la promoción y conocimiento de Chinchón. Durante el tiempo que estamos hablando, todavía se podían encontrar, arrinconados entre los trastos viejos de las cámaras, algún que otro antiguo alambique de los que funcionaban en la mayoría de las casas de Chinchón, hasta que se unificó la producción en la antigua Alcoholera.

La fábrica de la Alcoholera de Chinchón, en la Ronda del Mediodía. Las fábricas de anís fueron durante mucho tiempo las únicas industrias de nuestro pueblo.

En aquellos años de mediados del siglo XX, varios empleados de la Alcoholera de Chinchón fueron instalándose como industriales y creando sus propias fábricas. Luciano Sáez, Francisco Grau, Zacarías Montes y también Recuero en la finca de la Tenería, estuvieron fabricando anís bajo distintas denominaciones. Además de la más conocida “Alcoholera de Chinchón” tuvo mucho renombre el “Anís Castillo de Chinchón” que tuvo su fábrica en el mismo castillo de Chinchón, hasta que la destruyó un incendio.
Luego, las normas de seguridad obligaron a que todas las fábricas se instalasen fuera del casco urbano, y poco a poco, todas ellas o desaparecieron o pasar a ser propiedad de las multinacionales.
Aunque estamos hablando de la gastronomía, como hemos hablado de algunas de las industrias que existían en Chinchón, vamos a aprovechar para hablar de las distintas actividades productivas que había en Chinchón durante estos años. La agricultura aglutinaba a la mayoría de la mano de obra disponible, aunque aquí se daban una serie de circunstancias que favorecía la existencia de otras actividades comerciales.
Cuando termina la guerra civil se produce una importante transformación en la actividad laboral en Chinchón. Hasta entonces, la existencia de grandes “casas” de ricos terratenientes, facilitaba puestos de trabajo, si no bien remunerados, si fijos y seguros, tanto para las mujeres que se empleaban como criadas o para los hombres en los trabajos del campo. A partir de la posguerra, esa situación cambia drásticamente porque cada vez hay menos casas donde las mujeres jóvenes puedan entrar a servir y donde los jóvenes tengan un trabajo asegurado para todo el año. Entonces, las mujeres tienen que buscar esos puestos en la capital y los jóvenes tienen que pensar en la emigración. Algunos, jóvenes y no tan jóvenes, encuentran puestos de trabajo en Madrid como porteros, donde proyectar su vida laboral con expectativas familiares, aprovechando la proliferación de los bloques de vecinos que se están construyendo en el ensanche de la capital.
Para paliar esta falta de trabajo para los jóvenes, a excepción de la agricultura y de sus industrias derivadas, como el aceite, el vino y el aguardiente, y de las actividades comerciales, durante este periodo de la posguerra, en Chinchón funcionaron dos industrias textiles, dirigidas principalmente a las mujeres. Una fábrica textil y los telares de alfombras de nudo español.

Las jóvenes de Chinchón tuvieron su oportunidad laboral trabajando en las “alfombras” de nudo español o en la “Fábrica de Cintas” de don Arturo Ruiz Falcó, en el Alamillo Alto.

En los años cuarenta, un ingeniero, don Arturo Ruiz-Falcó, instaló en la calle del Alamillo Alto, una fábrica textil dedicada principalmente a la confección de productos elásticos para cinturones y otras finalidades relacionadas con la ropa del ejército para el que trabajaban habitualmente. Allí trabajaban unas veinte personas, la mayoría mujeres, hasta el año 1968, en que cerró la fábrica.
También en los años 50, surgió otra industria: Los telares. Las pioneras fueron 14 jóvenes que aprendieron el oficio en la Fundación Generalísimo, en Madrid. Alrededor de 50 telares trabajaron en plena actividad en Chinchón hasta 1967, cuando este tipo de trabajo prácticamente desapareció. Cada trabajadora tenía su propio espacio de 120 filas de nudo, alrededor de medio metro y recibían 8 pesetas (0.048 €) por cada 1000 nudos. Era un trabajo a destajo y el salario se recibía cuando terminaban la alfombra. Las tejedoras que querían recibir un salario razonable tenían que hacer 12.500 nudos cada día. Una alfombra de 3.5 m. de largo y 2,5 m. de ancho, tardaba en ser tejida por 5 mujeres unos 15 días. Su precio, entonces, era de unas 15.000 pesetas (menos de 100 euros).
Josefa Montes, Genuina Díaz, Ceci y el Sr. Valladares, fueron algunos de los queregentaron estos telares que estaban instalados en casas particulares.
La particularidad del "nudo español" es que en su fabricación no se utiliza ningún tipo de máquina: todo el proceso se hace a mano; cada hilo es un nudo y nudo a nudo se teje la alfombra hasta su finalización. En su fabricación no intervienen ningún tipo de lanzadera, ni otro tipo de mecanismo, lo que hizo que estas alfombras fueran consideradas entre los mejores del mundo. Si se examina la parte posterior de la alfombra se puede ver el mismo diseño que se ve en la parte delantera.
Era un trabajo penoso y muy duro, pues el roce de la urdimbre y el uso continu de tijeras causaban deformidades de las manos de la mujer; además, la lana desprendía un polvo nocivo, que las trabajadoras respiraban continuamente. Pero fue una industria que durante casi 20 años llegó a crear en Chinchó unos 200 puestos de trabajo.
Chinchón, al ser cabeza del partido judicial, era el centro administrativo de la comarca y recibía la visita de los que tenían que acercarse aquí de los otros pueblos para solucionar algún asunto burocrático y, de paso, aprovechar para hacer algunas compras.
Pero también llegaban los que venían a vender. Se solían alojar en las posadas y llegaban periódicamente. Los chatarreros, que paseaban el pueblo con un carro, recogiendo todo lo que pudiese parecer inservible. No faltaban quienes lograban algunos “tesoros” aprovechándose de la ignorancia de la gente, que desconocía el valor real de aquellos trastos viejos olvidados en las cámaras.
También estaban los cacharreros que pregonaban su mercancía:
- ¡“El Cacharreroooo, cambio platos, vasos, cacharros, por trapos viejos”…!
También recorrían el pueblo los “garbanceros”. Ofrecían garbanzos tostados. Por dos medidas de garbanzos crudos, te daban una medida de los famosos “torrados”.
No faltaban a su cita anual los “muleteros”. Venían a vender mulas jóvenes, que traían en reatas, para exponerlas en la plaza, donde se acercaban los agricultores para negociar con los “tratantes”, como así llamaban a los dueños del ganado.
A finales del verano llegaban los “marraneros”, con sus cerdos. Venían de Carranque y solían traer hembras que ya habían parido, para que las terminasen de engordar en las casas con vistas a la matanza de primeros de febrero.
Un viejo llegaba de vez en cuando, creo que desde Colmenar, rifando gallos de corral, para lo cual iba vendiendo por las casas unas papeletas. Una vez hecho el sorteo, volvía por donde le habían comprado para pregonar el número premiado.
Otro hombre recorría el pueblo ofreciendo tortas, bollos y dulces de malvavisco. Los niños le solíamos acompañar por si con un poco de suerte nos caía algún regalito. Para mí, que siempre fui muy goloso, hasta que los médicos me prohibieron el azúcar, lo que más me gustaban eran aquellos altísimos y blancos milhojas de merengue, que nuestros padres nos compraban en los puestos de golosinas que llegaban en las fiestas.

La Ferretería Marcitllach en la calle Grande. que fundara don Atenodoro Marcitllach. Una tienda con tradición desde el siglo XIX. Gonzalo Gómez, despacha a sus jóvenes clientes.

Además de esta actividad comercial externa, también, por entonces, hubo en Chinchón una actividad comercial de cierta importancia. La ferretería de Marcitllach, en la calle Grande, que atendía entonces Gonzalo Gómez y que iniciara el siglo anterior don Atenodoro Marcitllach; la mercería de Manuel Sardinero, junto a la Puerta de la Villa, conocida por “Sepu”, porque su titular había trabajado en esos almacenes de Madrid. Algo parecido ocurría con la relojería de Ontalva, que llamaban de Canseco, porque había trabajado con ese famoso relojero.
Estaba la tienda de ultramarinos de Benito Lozano en la calle Grande, que después se bajó detrás de la Fuente Arriba; la tienda de telas del Señor Antero y su esposa Susana; la tienda de ultramarinos de “Los franceses”, junto a la columna de la calle de Morata, que también vendían muebles y todo lo que se pudiese necesitar, y que colgado en la puerta de entrada tenían un gran zapato como reclamo.
Estaban las tiendas de telas de los hermanos Pedrero y la tienda de Pakolín, y la Confitería de Pedro de la Vara en los soportales de la plaza, además de las carnicerías de Tino Clemente, la de su tío Clementino que atendía “El Pelos” ayudado por Barrena; las dos junto a la Posada del tío Manolo Carrasco; y la carnicería de Gregorio, enfrente de la columna de los franceses. También, junto al Barranco, la actual calle de las Mulillas, estaba la otra posada de “Comenda”.

La tienda de María Fernández en la calle Grande. Allí se podía encontrar todo lo necesario para el ajuar de las jóvenes casaderas.

Estaba la tienda de María Fernández, “La Alta”, en la calle Grande, donde se podía encontrar todo lo necesario para la dote de las mocitas casaderas; desde las ropas de cama y mesa, a lámparas para la casa y el menaje para el hogar. Allí también podías encontrar las “mantas” de lana que eran la prenda de abrigo más utilizada entonces. Cuentan que, años después, cuando se rodó en Chinchón la película de “El Fabuloso mundo del Circo”, Claudia Cardinale descubrió estas prendas y compró todas las existencias para regalar a sus amistades.
Ya entonces, María Fernández ofrecía la venta de fiado. Abría un cuadernito a nombre de cada clienta, de forma que iba anotando las entregas que iban haciendo, cuando disponían de dinero y las mercancías que iban retirando. No era, ni más ni menos, que lo que después puso en práctica El Corte Inglés, pero sin la célebre tarjera de compra.

La tienda de ultramarinos de Lorenzo Salas en la Esquina de Pedro. En las estanterías de atrás se pueden ver los cromos de los futbolistas que salían en el chocolate Dulcinea.
La mercería de “Sepu” en la puerta de la Villa. Años después,  entonces regentada por su hija y Basilio Viñerta.

En los tiempos de la posguerra en Chinchón, sin embargo, no había tiendas de confección. Como hemos visto, sí había tiendas de venta de telas, pero de la confección se encargaban las propias amas de casa y las modistas.
Todas las amas de casa eran buenas costureras. De ellos se encargaban no solo las madres que enseñaban a sus hijas los secretos de la costura, sino también la Cátedra de Costura, Corte y Confección de la Sección Femenina, a la que estaban obligadas a asistir todas las jóvenes para cumplir con el Servicio Social.
Las modistas, con gran tradición entre las profesiones del principio del siglo XX, también tenían su representación en Chinchón, Eusebia Moreno, Mary Ruiz, Pili López y Mari Carmen Ortego, entre otras, que ofrecían sus servicios a sus clientas mostrando los “figurines” en los que se podían ver la última moda llegada del mismísimo Paris. Allí acudían también las aprendizas que las ayudaban a sobrehilar, poner los botones y demás tareas menores, a cambio de su aprendizaje, y como mucho, las pequeñas propinas que recibían de las clientes cuando les llevaban las prendas terminadas.
Una imagen muy común en aquellos años era la del ama de casa, sentada en el patio en verano, o junto al carolo en invierno, zurciendo por enésima vez los calcetines, pegando algún botón o subiendo el bajo de la falda, para que le sentase mejor a la pequeña que lo había heredado de su hermana mayor.
Todas estas modistas o costureras, como también se les llamaba, tenían el taller en el saloncito de sus propias casas y el probador en el dormitorio, donde siempre había un armario con un espejo de luna en la puerta, donde las clientas podían ver la evolución de su vestido cuando iban a hacerse las pruebas pertinentes.
Sin embargo, la principal concentración del comercio estaba, como no podía ser de otra forma, en la plaza, pero de eso ya hablaré cuando haga un recorrido por lo que era entonces nuestro “patio” de juegos de todos los niños de la posguerra.

Continuará....

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA. IX (MEMORIA HISTÓRICA)

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CAPITULO VIII. LOS TRABAJOS DE LA CASA.


Si la agricultura era la base económica de Chinchón, la casa era el principal centro de trabajo; porque aunque hubiese que ir todos los días al campo, en la casa se tenía que preparar todo lo que era necesario para la supervivencia diaria.
Desde el cuidado de los animales, a la preparación de los alimentos, a los arreglos de los vestidos y la limpieza, eran el cometido diario de las mujeres y de los niños de entonces.

Nuestras casas no tenían las comodidades que ahora consideramos imprescindibles para vivir. Lo primero que hay que decir es que en casi ninguna había cuarto de aseo. Tan solo un palanganero, con su jofaina y su jarrón, en un rincón del dormitorio, en un mueble que tenía un espejo en el frente y debajo se colocaba un recipiente para las aguas ya utilizadas. El retrete no existía y se utilizaba el orinal o bacín, para cuando las urgencias eran mayores por la noche; por el día se utilizaba el corral. En algunas casas, anexo al corral había un pequeño cuarto con una tabla con un agujero redondo en el centro, que servía de excusado.
Eran frecuentes los grandes caserones donde vivían varios vecinos, generalmente con lazos familiares, que son el antecedente de las actuales comunidades de vecinos, aunque con una organización más entrañable y menos normalizada, donde se repartían los trabajos de mantenimiento de los sitios comunes. El patio, era el centro de convivencia y donde cada uno de los vecinos tenía asignado su sitio donde colocar el carro y los aperos de labranza. En uno de los rincones siempre había un pozo que surtía de agua fresca para bebida de las caballerías y para el aseo de las personas. También había ya entonces una fuente de agua potable que cada vecino tenía que llevar hasta su vivienda.

Nuestras casas solían ser compartidas con otros familiares.

Al fondo, a la derecha del patio, salía una escalera que nos llevaba a un piso superior donde estaba nuestra vivienda. Una puerta grande, pintada de color marrón oscuro, nos franqueaba el paso a una cocina pequeña, con su fogón alto con una chimenea, y con la poca luz que entraba por una pequeña ventana casi en el techo. De allí se pasaba al cuarto de estar, donde había una mesa camilla y una cama turca, con un ventanal desde donde se divisaba todo el patio. Una puerta pequeña nos llevaba al dormitorio, que era la habitación más grande con la cama de matrimonio y donde, pasados los años, se fueron instalando las camas donde dormían los pequeños. Yo, cuando fui un poco mayor, dormía en la cama turca del cuarto de estar.
La vivienda se completaba con otra habitación que era el comedor y que solo se usaba en las grandes solemnidades y un cuarto que se utilizaba como despensa y trastero y donde se trasladó después el palanganero para hacernos el aseo diario.
Luego estaban las cámaras, con sus trojes para el grano, su zafra para el aceite, donde se colgaban los melones y las uvas para que durasen hasta el invierno y donde estaban depositadas todas las cosas inservibles que ya no se utilizaban, pero que nadie se atrevía a tirar.
Pese a que no abundaban las comodidades, mi madre se las ingenió para arreglar la vivienda de forma que ofreciesen una cierta sensación de confort. Con ayuda de la máquina de coser, que ya era una herramienta imprescindible para el ama de casa, había forrado una de las paredes con la misma tela que la colcha de la cama turca y las faldas de la mesa camilla.
Porque las mujeres de entonces, además de ser amas de casa, ayudar en las tareas del campo si era necesario, cuidar a los niños, hacer las conservas y el jabón, y colaborar con las vecinas en el mantenimiento de los lugares comunes de la casa, también tenían que ser buenas costureras. Sólo se compraban los vestidos y trajes imprescindibles para los hijos, que después iban pasando a los hermanos más pequeños. Los jerséis de punto y los vestiditos de las niñas se hacían en casa; también había que zurcir los rotos en los pantalones y sobre todo en los calcetines, y como he dicho antes, allí no se tiraba nada.
En invierno se instalaba en el cuarto de estar, una estufa de paja que era suficiente para calentar toda la vivienda y que había que llenar todas las mañanas; se ponían dos palos de unos tres centímetros de diámetro, que se introducían uno por la parte superior de forma vertical y otro por un agujero que había en la parte inferior de uno de los laterales, de forma horizontal; se iba llenando la estufa con la paja y se iba prensando, de forma que cuando se sacaban los dos palos, quedaba formada una especie de chimenea interior que facilitaba su combustión. Posteriormente se introducían trozos de leña para que durase más la lumbre. La estufa, además de dar calefacción, se utilizaba para calentar agua, calentar la comida y secar la ropa, sobre todo cuando había niños pequeños, para lo que se ponía alrededor de la estufa una especie de biombo de palos de madera y alambrera metálica, que además servía para que los niños no se pudiesen acercar la estufa. También se empleaba el serrín como combustible, si bien la paja era más utilizada en las casas de los agricultores, porque se había recolectado también para alimento de las caballerías.
También existía el carolo que era una estufa redonda de hierro fundido en el que se utilizaba la leña como combustible. En ambos casos tenían unos tubos a modo de chimenea, que sacaban los humos de la combustión al exterior.
Entonces todo se hacía en casa. Como he dicho, desde las conservas a la cría de animales, la preparación del combustible y, por supuesto, las tareas domésticas… pero sin la ayuda de electrodomésticos.
Y en todos estos quehaceres era muy importante la participación y la ayuda de los más pequeños.
Teníamos asignada la preparación de los sarmientos o recortillos para encender la lumbre del fogón. También subir la leña que habían cortado nuestro padre hasta la cocina, procurando que nunca faltase en la pequeña leñera que había debajo del hogar.
También teníamos que subir desde la fuente del patio el agua que se ponía en unos cántaros de la cocina o en una pequeña tinaja de donde se usaba el agua para fregar. Había que sacar del pozo el agua para las caballerías y también para ponerlo en el tinajón del patio donde lavar la ropa.
Éramos los responsables de que la pajera de la cuadra siempre estuviese llena y que no faltase la cebada para la comida de las caballerías. Cuando se terminaba la trilla de la mies y se recogía el grano, la paja también había que recogerla para su utilización como alimento del ganado. Se llevaba a las casas desde las eras para ponerlo en las cámaras o pajares donde se almacenaba para todo el año, y de allí había que trasportarlo hasta las pajeras de las cuadras.
También había que recoger, aproximadamente una vez por semana, el estiércol de la cuadra para depositarlo en el corral de las gallinas, de donde se sacaba una vez al año para ponerlo como abono en las tierras de labranza.
Los ajos, posiblemente con el anís, es el producto que más renombre ha dado a Chinchón; y los ajos eran la base de la economía del pueblo. Los agricultores sembraban cereales, tenían viñas y olivos, y cultivaban remolacha, maíz y otros esquilmos, que vendían para conseguir el sustento de todo el año. El ajo era un producto especulativo. El ajo blanco fino de Chinchón, el que le dio fama, era un producto que duraba todo un año, y cuando los demás ajos del mercado ya no eran aptos para el consumo, sólo quedaba el ajo fino de Chinchón. Esto suponía, que en función de la producción y demanda, el ajo de aquí podía llegar a alcanzar precios muy altos, o tenerlos que tirar si al final no se lograban vender.
Si se vendían bien, los agricultores conseguían un ahorro que era la base para posibles inversiones, o simplemente para vivir más desahogadamente el año siguiente. Luego, con la llegada de las cámaras frigoríficas y las importaciones desde otras latitudes, el ajo de Chinchón dejó de tener el valor estratégico de entonces, aunque permaneciese su valor culinario.
Pero el ajo es un producto que requiere mucha mano de obra y entonces toda la familia tenía que colaborar. Había que deshacer las cabezas del ajo para preparar la semilla. Por la noche, en el cuarto de estar, porque era el único lugar donde hacía calor, se iban desgranando y poniendo la simiente en los costales para al día siguiente ir a sembrar. La siembra del ajo, que se hace en invierno, era muy trabajosa, porque había que ir agachado todo el día cuidando de que los dientes de ajo quedasen hacia arriba; teniendo que soportar los fríos del invierno de la Vega del Tajuña.
Luego, la recogida del ajo se hacía en pleno verano, y también suponía un trabajo duro, pero ahora soportando un tórrido calor. Los ajos, atados en manojos se cargaban en el carro para trasportarlos hasta la casa. Allí había que dejarlos extendidos en los patios y corralizas para secarlos, y en eso era fundamental la ayuda de los niños, cuidando de que no se mojasen si había tormenta, cosa que era demasiado frecuente.

Unas mujeres tienden las ristras de ajos para que terminen de secarse antes de hacer la “encina”.

Una vez secos, había que enristrarlos. Las mujeres, sentadas en los soportales de los patios se afanaban en hacer esas vistosas ristras de ajos, que después se iban colocando unas sobre otras en unos montones, que aquí llamábamos encinas, en las cámaras hasta que llegaba el momento de la venta. Y también los niños participábamos en todos estos trabajos.
Una de las tareas que menos nos gustaba era la de atender al cerdo. Pero el cerdo era la fuente principal de la alimentación de toda la familia durante todo el año y por tanto era una de las principales tareas para todos los componentes de la familia. Pero además, una vez al año, la matanza del cerdo era la fiesta más importante en nuestras casas.
Cuando llegaba el invierno, alrededor de la festividad de San Martín, los vecinos se ponían de acuerdo para hacer, correlativamente, la matanza del marrano. Ese día, muy temprano se empezaba a preparar todo lo necesario. Llegaba el matachín y los hombres abrían la corte para sacar al cerdo. En el patio se había colocado un banco tocinero y entre cuatro o cinco hombres se inmovilizaba al cerdo cogiéndole por las patas y las orejas, mientras el pobre animal iniciaba sus gruñidos lastimeros, y se le tendía en el banco de costado. El matarife estaba preparado con un gran cuchillo que le clavaba en la papada, iniciándose la más cruel escena que yo he presenciado hasta ahora, en la que se mezclan los alaridos y las convulsiones del animal con los gritos de los hombres que tienen que hacer acopio de todas sus fuerzas para evitar que el pobre guarro se zafe de su presa, hasta que se desangraba totalmente en un cubo de zinc que se había colocado junto al banco.
Siendo muy pequeño me despertaron los gruñidos del cerdo y pude observar desde la ventana de mi habitación, todo lo que les he contado Me quedé entre sobrecogido, asustado, inmóvil y aterrado. Mi madre me tuvo que consolar y explicarme que eso era normal, pero yo, desde entonces, todos los años me levantaba ese día más temprano y me marchaba a la plaza hasta que había terminado todo. Se me ha olvidado decir que el día de la matanza se hacía fiesta “oficial” y los niños no íbamos al colegio.
Después, en el centro del patio se hacía una gran hoguera con gavillas de esparto sobre la que se tendía al cerdo para quemar sus gruesos pelos y ayudándose con unos tejones se iba rascando toda su piel hasta dejarla totalmente limpia de pelo y suciedad. Después, se le colgaba cabeza abajo en una viga del portal, introduciendo una soga por los huesos del culo y se procedía a abrirlo en canal para sacar todos los intestinos.
En ese momento se iniciaba la participación de las mujeres con la poco agradable tarea de limpiar las entrañas del animal, ya que todo se iba a aprovechar para hacer las distintas conservas.
El matarife había preparado varias muestras - un trozo de lengua y otro de las costillas - que se llevaban a las dependencias del Ayuntamiento para que fueran analizadas por los servicios sanitarios municipales y hasta que no llegan los "consumeros" para pesarlo y poner un sello redondo con tinta azul en diversas partes del cerdo como muestra visible de que la carne del animal es apta para el consumo humano, el cerdo permanecía colgado abierto en canal. A los niños nos asustaba acercarnos a él, aunque ninguno nos atrevamos a decirlo.
Dicen que del cerdo se aprovecha todo, y debe ser verdad. Lo primero que se utiliza es la vejiga que una vez limpiada se nos daba a los niños que la hinchamos, introduciendo una pequeña caña, como si fuese un globo y la usamos como improvisado balón de fútbol, aunque no resistía mucho tiempo a una utilización tan agresiva.
Cuando, a eso del mediodía, se recibía el visto bueno municipal, se procedía a descuartizar el animal y a la preparación de la comida que era el acto social más importante del día, porque nos reuníamos a comer todos los vecinos que de una u otra forma habíamos participado en el rito de la matanza.
El plato principal eran las puches. En algunos sitios lo llaman gachas. Se hacen con harina de almortas y el hígado del cerdo cocido y después rayado. Se cocinan en una gran sartén que después se pone en el centro del círculo formado por todos los comensales que de pié se van acercando a mojar los trozos de pan pinchados en el tenedor o en la navaja. También se fríen los torreznos que son trozos de la falda del cerdo y la sangre que ha sobrado de hacer las morcillas y que se ha dejado coagular. El postre suele ser los últimos melones que aún quedaban colgados en las cámaras. Los mayores se van pasando el porrón de vino tinto que es el complemento ideal para una comida tan fuerte. Los niños sólo agua, claro está.

Una mujer lava en el “tinajón” del patio. Otra, con su máquina Singer, haciendo el vestido para sus hijas. 

Pero había otros muchos trabajos cotidianos en la vida de entonces. Las mujeres tenían que lavar en tinajones. (El tinajón era media tinaja cortada verticalmente y puesta hacia arriba sobre unos soportes, formando una especie de tina de tejón. La parte de abajo se había cortado para que el borde fuese más ancho de forma que se pudiese poner la tabla de lavar. También se procuraba que la espita de la tinaja quedase en la parte más honda, de forma que sirviese para desagüe.
Era entonces la alternativa a tener que ir al lavadero público del Pilar en la Plaza, donde ahora está la oficina de turismo, que a su vez era la alternativa de los lavaderos públicos de Valdezarza y de Valquejigoso, demasiado alejados del pueblo, y a donde había que desplazarse con algún medio de transporte para llevar la ropa, sobre todo a la vuelta cuando aumentaba su peso por estar mojada.
El jabón también se hacía en casa. Con los posos del aceite y sosa, añadiendo alguna planta aromática, se hacía un jabón que se colocaba en cajones de madera hasta que secaba para después cortarlo formando las típicas pastillas.
Como ya he comentado, las mujeres también tenían que ser unas buenas costureras, incluso modistas, para arreglar o confeccionar los vestidos para las niñas. También, de jóvenes, preparaban la dote de novia, haciendo primorosos bordados en sus juegos de camas y manteles. Lo de los encajes de bolillos, ya entonces, había pasado a la historia. Las niñas y jóvenes iban a aprender a bordar a casa de la Tía Nicolasa en el Barranco.
También, toda joven que se preciase debía conocer las labores de gachillo con las que se hacían preciosos pañitos de mesa y visillos para las ventanas y confeccionar los jerséis de lana, utilizando las agujas largas de distintos grosores, según lo tupidos que se querían las prendas. Ya entrados los años sesenta, empezaron a llegar a las casas las máquinas de tricotar, con las que las amas de casa, además de hacer los jerséis para la familia, podían conseguir unos ingresos extras, tan necesarios en aquellos años..
Continuará....

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA.X (MEMORIA HISTÓRICA)

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CAPITULO IX. LOS ANIMALES DOMÉSTICOS.


Los animales en los tiempos de la posguerra eran imprescindibles para la vida económica de los agricultores, y a su alrededor se organizaba la vida de toda la familia. En su cuidado participaban todos, incluso los niños que eran los encargados de su alimentación y limpieza.
Los hombres se encargaban del trabajo, aunque también en eso era necesaria la participación de los más jóvenes.
En esta fotografía vemos a un agricultor arando en el campo con una mula uncida al arado. Pero al fondo, podemos ver a un niño que deambula sin hacer nada. Ha ido al campo para llevar el botijo del agua a su padre. Pero ese día no había podido ir al colegio. Eran también unas de las circunstancias de aquellos años que tuvimos que vivir.

La presencia de los animales en la vida laboral y económica del pueblo tenía suma importancia. Si el ganado vacuno, porcino, ovino y avícola eran la base de la alimentación y con importante influencia en la economía familiar, los caballos, las mulas y los burros eran los elementos de carga y tracción fundamentales para la mayoría de las tareas agrícolas y elementos insustituibles para el transporte.

Y es que los trabajos del campo ocupaban a casi todos los hombres de Chinchón


Podríamos decir que la vida familiar de un agricultor giraba en torno a los animales. Su cuidado y alimentación eran tareas prioritarias a la hora de organizar la actividad y los niños eran los encargados, como hemos comentado, de preparar sus comidas y de la limpieza de cuadras, corrales y apriscos.

Por otro lado, los animales de compañía tenían más funciones que las propiamente de acompañamiento. Los perros eran imprescindibles como guardianes de las casas que tenían grandes espacios abiertos, apenas guardados por tapias fácilmente superables, y como grandes colaboradores en la caza que también representaba una apreciable ayuda en el suministro de víveres.

Los gatos, por su parte, eran el mejor remedio contra la invasión de roedores que acudían a las trojes repletas de grano y a las cámaras en las que se almacenaban las legumbres y las frutas. Las deficientes infraestructuras higiénico-sanitarias contribuían a la proliferación de estos repugnantes animales que había que combatir con todos los medios disponibles, entre los que el gato era el más eficaz.

Por eso, en aquellos tiempos era muy importante la festividad de San Antón, patrono de los animales. El día de la fiesta, se engalanaba a los animales y se acudía a su ermita para que recibieran la bendición del Santo. Era lo que se llamaba "dar vueltas a San Antón".

La festividad de San Antón coincide con la época de la matanza que, por su gran importancia desde el punto de vista gastronómico, ha tenido un capítulo aparte.

En este día se confeccionaba un dulce típico en Chinchón: los tostones. Más que postre era una golosina para los niños y estaba hecho con cañamones tostados y miel. Se mezclaban en una bandeja dando un espesor de medio centímetro y cuando se solidificaban se cortaban en trozos cuadrados de cinco a siete centímetros.
Una estampa que podría ser típica de aquellos años. Es la calle del Convento. Los hombres vuelven por la tarde con sus carros cargados de cubetos repletos de uvas camino de las bodegas. Mientras, las mujeres sentadas a la puerta de la casa se afanan en alguna labor doméstica. Los carros están aparcados en el paseo del castillo. Es otoño en Chinchón.

Los medios de transporte para la agricultura, eran los carros, tirados por mulas y burros, menos, por caballos; aunque ya se utilizaban los camiones para los trasportes de largo recorrido. En Chinchón no se utilizaban los bueyes como animales de trabajo. En cuanto al transporte de personas, ya entonces existían los automóviles, que nosotros llamábamos coches. Tan sólo se utilizaban los tílburis tirados por un caballo, como transporte de paseo y sólo por los señoritos.

Sin embargo hasta entrados los años cincuenta, los agricultores llevaban los melones hasta el mercado de Legazpi en los carros, que hacían el camino por la noche, saliendo de la vega al atardecer para llegar lo antes posible que les facilitase la venta de su mercancía. Después estos viajes se hacían en camiones, lo que acortaba en gran manera el tiempo de llegada.

Los perros eran entonces, sin ninguna duda, los mejores amigos del hombre. Cazadores, cuidadores y compañía, y además no requerían demasiada atención. Ellos mismos se procuraban el sustento, si bien siempre estaban junto a la mesa a la hora de comer, para “arrebañar” los platos, en los que entonces no solía quedar demasiada comida.

Yo quiero ahora recordar a “Cantinflas” el perro de mi tía Paula, que durante nuestra niñez siempre jugaba con los niños, compitiendo con nosotros ya jugásemos a la pelota, o al “rescatao”. Murió de viejo y ese día yo creo que alguna lagrimilla se nos llegó a escapar, disimulando para que no se diesen cuenta los mayores.
Continuará....

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA.XI (MEMORIA HISTÓRICA)

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CAPÍTULO X. ALGUNOS ACONTECIMIENTOS QUE RECORDAR.


Chinchón siempre fue un pueblo donde nunca pasaba nada, y menos aún en aquellos años.
Sin embargo, durante estos años de la Posguerra si hubo algunos acontecimientos que marcaron unas fechas importantes para todos nosotros.
Desde la celebración del día de la Provincia hasta la inauguración del nuevo Grupo Escolar por el mismísimo Francisco Franco. Fueron acontecimientos que marcaron nuestra memoria y, pasados los años, ahora es difícil hacer una valoración de la importancia que entonces se les dio en Chinchón.


En Chinchón, casi nunca pasa nada; y entonces mucho menos. Sin embargo, durante los años de la posguerra si hubo acontecimientos importantes que de alguna forma iban marcando nuestros recuerdos y que han llegado a formar parte de nuestro acervo histórico, aunque alguno de ellos pueda haber sido olvidado por la mayoría.
En este sentido, quedó grabado en mi memoria una procesión que, seguro, casi ya nadie debe recordar.
Era el mes de octubre del año 1956; don Ramón nos cuenta en clase que en Hungría, un país del centro de Europa, se ha producido un alzamiento popular contra el poder comunista. En Budapest, la capital húngara, la multitud derriba una estatua de Stalin de 7 metros de altura, que había sido erigida tras la victoria rusa en el año 1945. La destrucción del monumento constituye para los húngaros todo un símbolo del alzamiento. Y nos cuenta, también que unos días después se produce una terrible represión a cargo de las tropas rusas, que a primeros de noviembre arrasan la capital y aplastan la insurrección húngara.
Como es lógico, ninguno de nosotros entendió nada de lo que nos contaba el maestro, y apenas si supimos siquiera donde estaba Hungría en el mapa. Tampoco era lógico que una noticia de esta índole trascendiese en Chinchón.
Sin embargo, las autoridades civiles y eclesiásticas organizan rogativas por las víctimas del comunismo. Al día siguiente no hay colegio y se hace una procesión por todo el pueblo para rogar a Dios, con cánticos y plegarias, por el pobre pueblo húngaro, que estaba sufriendo las calamidades que acarrea del comunismo, del que en España habíamos sido liberados por el Alzamiento Nacional.
Y así, una procesión como tantas a las que asistimos durante aquellos años de posguerra, quedó en mi recuerdo; porque ya se sabe que la memoria tiene sus caprichos y selecciona, por causas que desconocemos, lo que debe trascender en el tiempo.
El día 3 de octubre de 1954 se celebró en la Plaza de Chinchón “El día de la Provincia” en honor del Partido Judicial de Chinchón. Las autoridades de todos los pueblos del Partido y los grupos folklóricos se dieron cita en nuestra plaza para ofrecernos una muestra de lo más escogido del repertorio en “jotas” y “mayos”.

Otro acontecimiento que iba a quedar en nuestros recuerdos fue la celebración del “Día de la Provincia” que organizó la Excelentísima Diputación Provincial de Madrid, en honor y exaltación del Partido Judicial de Chinchón, y que se celebró el día 3 de octubre de 1954.
Ese día se reunieron en la plaza de Chinchón las distintas representaciones de todos los pueblos que formaban el Partido Judicial, con la asistencia de sus autoridades y la representación de sus “Coros y Danzas” que hicieron una exhibición en un tablado montado al efecto en la plaza.

Una de las actuaciones en el tablado que se colocó al efecto en la plaza el Día de la Provincia.

Previamente se había celebrado unos “Juegos florales” como se llamaban entonces, que no era otra cosa que un concurso de poesía de exaltación de Chinchón. El primer premio lo obtuvo el poeta Lope Mateo, periodista y poeta nacido en Salamanca el 5 de junio de 1898 y fallecido el 6 de junio de 1970.
El premio lo obtuvo con estos versos:
! Oh Plaza de Chinchón, gaya ventana/ De la ibérica sangre aventurera./ Corre por tus alegres galerías/ El ímpetu del viento, erguido toro/ Sobre el perfil de tu labriego ceño./ Y en la azul revolera de tus días/  El cielo pone, entre cristiano y moro,/ Banderillas de sol para tu ensueño.
Ese día llegaron hasta Chinchón las Autoridades Provinciales a las que esperaba una nutrida representación de nuestro Ayuntamiento con don Juan Rodríguez Ortiz de Zárate, su alcalde, a la cabeza.
También allí nos dimos cita todos los niños y niñas, que ese día no habíamos tenido que ir al colegio. Un cómico, delante de un cartel, cantaba las aleluyas al viejo estilo de los juglares medievales. Después del pregón oficial de la fiesta, los grupos de coros y danzas fueron subiendo al tablado para hacernos una demostración de las jotas y “mayos” de los distintos pueblos. Allí los representantes de Chinchón nos cantaron y bailaron nuestra jota, con el lanzamiento del pelele, sus seguidillas, para terminar con su “Viva Chinchón, porque tiene la fama del aguardiente…”
Un año después, en el mes de agosto de 1955, también se llenó la plaza de Chinchón; pero esta vez de cámaras de cine, grandes focos y personas muy extrañas, la mayoría extranjeras, a las que apenas si entendíamos.
Nos dijeron que iban a hacer una película y que se iba a llamar “La vuelta al mundo en 80 días”.

“La vuelta al mundo en 80 días” Con David Niven, Mario Moreno “Cantinflas” y Luis Miguel Dominguín, fue, sin ninguna duda, la que di0 a conocer nuestro pueblo en todo el mundo y convirtió la plaza de Chinchón en su imagen y emblema.

Y eso sí que fueron fiestas. Un grupo de unos quince niños nos habíamos ido a un campamento que organizaron en los Grupos, y que estaba en Ávila. Allí estuvimos durante dos semanas en lo que llamaban “La casa del Botijo”. El día que volvimos todas las calles del pueblo estaban cortadas y el coche de viajeros, como entonces llamábamos al autocar de línea, nos dejó enfrente de las monjas. Desde allí cargados con nuestras maletas, tuvimos que llegar a nuestras casas, sin poder pasar por la plaza que estaba cerrada, porque ese día estaban rodando las escenas de la corrida y no se podía pasar.
Pero al día siguiente ya estábamos en los balcones disfrutando del espectáculo y aplaudiendo cuando nos mandaban y con los ojos muy abiertos porque no entendíamos muy bien que era aquello de rodar una película.
Algunos de nuestros padres se apuntaron y cobraban 50 pesetas cada día, también nuestras hermanas mayores y las madres de algunos de mis amigos. Aquello fue una novedad para todos, y además pudimos conocer de cerca a Luis Miguel Dominguín y, sobre todo, a Mario Moreno “Cantinflas” a los que veíamos subir por el Barranco, camino de la casa de don Pedro del Nero, donde a veces les invitaban a comer.
Aunque la película fue un éxito y al año siguiente consiguió todo un Óscar, nosotros no la vimos hasta años después y nos llamó mucho la atención que de tanto tiempo como habían estado rodando, saliese tan poco de Chinchón; aunque hay que reconocer que estaba muy bonito.
Pero desde luego, el acontecimiento más importante de todos aquellos años fue, sin ninguna duda, la llegada de Franco a Chinchón.

El día 18 de julio de 1951 Chinchón tuvo protagonismo en la prensa nacional. El periódico Arriba, al día siguiente, le dedicó la portada y un amplísimo reportaje de todos los actos que se celebraron en nuestro pueblo, con motivo de la inauguración del Grupo Escolar “Hnos. Ortiz de Zárate” con la presencia del Generalísimo Franco, que fue aclamado en la plaza y en las calles de Chinchón.

El 18 de julio de 1951, XV Aniversario del glorioso Alzamiento Nacional, en Chinchón se va a vivir un día muy especial. Se levantaron arcos de ramas y flores a la entrada del pueblo y una gran pancarta: “CHINCHÓN saluda a FRANCO”.
Desde días atrás se había estado acicalando las calles. En todos los balcones de las calles por donde pasará la comitiva se han colocado colchas de encaje y banderas nacionales, como era costumbre hacer en la festividad del Corpus Cristi.
Efectivamente, Francisco Franco Bahamonde, Caudillo Victorioso de España, va a visitar por primera vez nuestro pueblo para inaugurar el Grupo Escolar “Hermanos Ortiz de Zárate” símbolo de la restauración y progreso que está consiguiendo con la merecida paz alcanzada en la Santa Cruzada librada contra el nefasto comunismo. (Esto, más o menos era lo que oíamos decir a los mayores, aunque nosotros, entonces, no entendíamos muy bien lo que significaba.
Desde horas muy tempranas no habían parado de llegar camiones con falangistas de todos los pueblos de alrededor. Los viejos camaradas que habían luchado en la guerra habían rescatado sus viejos uniformes para lucirlos, quizás por última vez, delante de su caudillo. También los niños, “flechas”, de las Escuadras de la Organización Juvenil Española, con sus camisas nuevas azules, sus boinas rojas, sus pantalones grises, sus medias blancas hasta debajo de las rodillas, sus botas negras y sus relucientes correajes, buscaban una sombra en que cobijarse del sol de justicia que en julio cae sobre Chinchón.
A las once y media de la mañana, las autoridades locales y provinciales bullían nerviosas viendo que se acercaba la llegada de la comitiva oficial. Don Juan Rodríguez, el alcalde, junto al Gobernador Civil don Carlos Ruiz García, y el resto de la Corporación Municipal esperaban en la puerta del Ayuntamiento hasta que les llegase el aviso de la proximidad del cortejo.
A eso de las doce menos cinco empezaron a llegar los primeros coches. En primer lugar la policía secreta que, aunque les habían asegurado desde el pueblo que no había ningún riesgo de posibles atentados, no querían dejar ni el menor resquicio a un posible incidente.
A continuación llegó el cortejo oficial, seguido por el séquito de costumbre. Franco viajaba en su coche blindado, que utilizaba para todos sus desplazamientos.
La acogida fue espectacular. La plaza, con sus mejores galas, fue un clamor. Los vítores, los gritos de adhesión, los “vivas” a España y al Caudillo eran constantes. Franco, después de corresponder al saludo de las autoridades, contemplaba complacido el espectáculo multicolor que ofrecía la Plaza Mayor de Chinchón. Había oído comentar la belleza de esta plaza, incluso había visto algunas fotografías, pero el espectáculo que tenía ante sus ojos le podría haber emocionado si no estuviese acostumbrado ya a manifestaciones como esta.

Franco llega al balcón del Ayuntamiento para saludar al público.

La guardia personal de Franco y el Servicio de Orden montado por las Autoridades locales se veía impotente para contener los deseos de la gente que, a toda costa, quería tocar al Caudillo. Así, cuando Franco tomó la decisión de trasladarse a pie desde la plaza al Grupo Escolar, entró mayor nerviosismo, si eso era posible, a los responsables de la seguridad; pero este gesto fue valorado muy positivamente por la mayoría de los vecinos de Chinchón que vivieron ese día con la emoción de poder agradecer todo lo que el invicto caudillo había hecho por su patria.

Franco, acompañado por don Juan Rodríguez Ortiz de Zárate, alcalde de Chinchón y don Carlos Ruiz García, Gobernador Civil de la Provincia, por la calle Grande, entonces llamada de José Antonio.

Yo, aquel día anduve perdido entre la multitud de la plaza, al dejar la mano de mi madre. Terminé llorando y saliéndome sangre por la nariz por la calor que estaba pasando, hasta que me encontró mi tía Rosario que me llevó a la Fuente Arriba para limpiarme la sangre y me acompañó hasta que encontramos a mis padres, que ya andaban preocupados por mi desaparición.
Después toda la comitiva llegó al Grupo Escolar para proceder oficialmente a su inauguración Un acto que tuvo gran repercusión a nivel nacional y del que se hicieron eco la prensa escrita donde el periódico Arriba le dedicó la portada y también el No-do que hizo un amplio reportaje, que muchos años después recogió el director Antonio Mercero en su película “Espérame en el Cielo” del año 1988.
Después, el Pleno del Ayuntamiento, acordó conceder la Medalla de Oro de la Ciudad a Franco y le nombró Hijo Adoptivo de Chinchón; dando también este mismo nombramiento al Gobernador Civil.
La guerra había terminado quince años antes, pero en Chinchón había seguido muy presente en nuestros años de niños, porque nuestros padres y abuelos nos contaban los hechos trágicos que ocurrieron y que en nuestras mentes inocentes iban marcando una idea de un cierto maniqueísmo, en la que siempre se llegaba a la conclusión de que los “malos” eran los otros.
Continuará....

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA.XII (MEMORIA HISTÓRICA)

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CAPÍTULO XI. OCIO Y DEPORTE.


“La puebla de las mujeres” de los Hermanos Álvarez Quintero en el escenario del Teatro Lope de Vega de Chinchón. Ataulfo, Petrita Esteban y Antoñita Moya. Una de tantas comedias montadas por los aficionados al teatro de Chinchón.
Durante los largos y fríos inviernos de la posguerra, los ensayos teatrales eran unas de las pocas oportunidades de ocio y diversión para los jóvenes.
Obras de teatros dirigidas por Pilar Montero y coros de zarzuelas que organizaba el Maestro Peco. Entre ensayo y ensayo, no faltaron las parejas que se conocieron en estas manifestaciones artísticas.

En los tiempos que estamos recordando el cine era prácticamente el único espectáculo a que se podía tener acceso en Chinchón. Todos los domingos se daban tres sesiones de cine. La infantil a las cuatro de la tarde; otra sesión a las siete y otra a las diez de la noche.
Las películas llegaban muchos meses después de haber sido estrenadas, pero era el mejor cine que se podía ver por aquí.
El precio no era demasiado asequible para todos los bolsillos, y solamente los más privilegiados tenían abono para todas las semanas, que además copaban las mejores butacas y las primeras filas del principal. Las carteleras se colocaban en los soportales, junto a la casa de la tía Juanilla, y allí se acudía para ver las películas que ponían, pues era diferente la película de la función infantil que la de los mayores. Allí se indicaba claramente su calificación moral. De las “toleradas” o aptas para todos los públicos, a las “Solo para mayores” a las que se solía añadir “gravemente peligrosa” y que nosotros llamábamos “granas”.
En alguna ocasión alguno de nosotros intentó colarse a la sesión de los mayores, escondiéndose después de la película de las cuatro, aunque era una tarea difícil por la eficiencia de los “acomodadores” que también ejercían el servicio de vigilancia para evitar estas contingencias.

Uno de los tantos programas de mano de las representaciones teatrales que se hicieron en aquellos años. En este caso es del año 1964, de una función homenaje a don Fidel Martínez, hermano de don Santiago, que fue coadjutor de Chinchón. Como en casi todas estas funciones teatrales se representaba una comedia y se hacían varios coros de zarzuelas y actuaciones de solistas. Los ensayos duraban varios meses y era un modo de llenar las largas y tranquilas noches de Chinchón.

También había en Chinchón una gran tradición teatral, pero las representaciones se distanciaban en el tiempo. Aunque alguna vez podía llegar alguna Compañía profesional, el teatro era representado por aficionados de Chinchón, que lograron una calidad bastante aceptable.
La inauguración del teatro en el año 1891 fue clave para fomentar esta gran afición teatral que ha tenido siempre Chinchón.
Desde su construcción, el teatro va a ser el centro de una gran actividad cultura y teatral que se va a desarrollar en Chinchón hasta nuestros días. Durante todas las épocas se han ido representando obras teatrales y musicales por grupos de aficionados, teniendo que destacar las actuaciones de Enrique de la Vara Fuentes que nació en Chinchón el 21 de mayo de 1911. En el año 1950 le fue concedida la medalla de oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Hombre polifacético, se dedicó también a la pintura y a la enseñanza musical, siendo un enamorado de su pueblo que en el año 1951 le concedió el título de "hijo predilecto".
Es también de justicia destacar la gran labor del maestro Patricio Peco que desarrolló una importante labor tanto en la dirección musical de las representaciones como en la enseñanza de música a los jóvenes de Chinchón.
Hasta su casa en la calle del Espejo, llegaban todos los días los jóvenes que querían estudiar música. Con él aprendió también Juan de la Peña García-Tizón, que después llegó a ser un reputado director en Extremadura, y con él estudiaron muchos de los que mataron el gusanillo artístico de la música, aunque no llegasen a dedicarse a ello profesionalmente.

Los coros, dirigidos por el Maestro Patricio Peco representaban diversos cuadros de zarzuelas.

Bajo su dirección se formaron los coros que actuaban en el Teatro Lope de Vega, en las funciones generalmente benéficas que se organizaban periódicamente, y cuyos ensayos servían de entretenimiento para los jóvenes en las muy largas y frías tardes del invierno de Chinchón, y de donde no era difícil que salieran parejas que podían llegar hasta el matrimonio.
Posteriormente fue Pilar Montero quien tomó el relevo en la dirección de comedias, y de esta base de intérpretes se nutrió "La Pasión de Chinchón", que a partir del año 1963 se empezó a representar con guión de Luis Lezama.
Esta labor la están desarrollando en la actualidad los grupos "Amigos del Teatro", "Arco Iris" y "La Cultural", celebrándose anualmente un certamen teatral que lleva el nombre de nuestro paisano, el actor y director, José Sacristán.
Aunque el cine y el teatro era un atractivo para todos, a nosotros los niños, nos gustaba más el fútbol.
Desde siempre, el verdadero “estadio de fútbol” de Chinchón fue la Plaza de Armas del Castillo.
Allí fueron jugando los distintos equipos que se fueron formando a través de todos estos años. En la instantánea de abajo vemos a los equipos de futbol saludando con el brazo en alto, antes de comenzar el partido, mientras se cantaba “el cara al sol”.

Los niños teníamos que contentarnos con coleccionar los cromos de Dulcinea en que salían los futbolistas y escuchar los partidos por la radio. Los domingos por la tarde, si teníamos el real que costaba entrar, también íbamos a la plaza de armas para ver el partido del Chinchón.
Se cercaba con cuerdas la parte superior de las eras, se cerraba el acceso con unas vallas donde se ponía una mesa para vender las entradas. Allí Eladio París era el que controlaba los accesos y era de una gran eficacia. En la parte del fondo sólo había algún vigilante y en la parte del foso del castillo no era necesario. También teníamos los niños grandes dificultades para colarnos en el futbol.
A veces nos poníamos en el foso del castillo con la esperanza de que cayese algún balón y nos dejasen entrar cuando lo subíamos.
Entonces, los jugadores del Chinchón eran nuestros héroes. Estaba Juanito Monegre, Poli el “Negro” Federico Vega y Vinuesa, que nada tenían que envidiar a los Ronaldos y Messis de ahora.

Durante los años de la posguerra,  el campo de fútbol de la plaza de armas del Castillo, fue el “estadio” de Chinchón.

Los niños, entonces, jugábamos en las calles y en la plaza con pelotas de goma. Los “balones de reglamento” eran todo un lujo sólo al alcance de unos pocos, que sabían la ascendencia que conseguían ante los demás cuando nos permitían jugar con ellos. Fuera de las horas del recreo, se organizaban partidos de fútbol en las eras. Las porterías eran unas piedras o las carteras del colegio. Los equipos los componían un número indeterminado de jugadores en función del tamaño del campo y de los jugadores disponibles. El dueño del balón y uno de sus amigos eran lo “capitanes” que “echaban a pies” para ir escogiendo los componentes de sus equipos respectivos. La prioridad en la elección estaba marcada por la amistad con los capitanes y, principalmente, por la destreza en el arte futbolístico. Los últimos en ser elegidos se tenían que poner de portero, y los demás se tenían que conformar con ser espectadores, con la esperanza de alguna lesión fortuita o el abandono de alguno de los privilegiados que habían sido elegidos para jugar.
No había árbitro y tampoco solía haber demasiadas controversias a la hora de fijar lo que había sido falta, fuera de juego o gol; esto último era lo más controvertido al no haber larguero en las porterías, por lo que su altura era proporcional a la altura del portero. Esa era la cantera, de la que después se irían surtiendo los equipos oficiales.

El equipo de fútbol de Acción Católica en el Campo de los Grupos: José París, Pepe Luis y Juanjo Magallares, Enrique Pedrero, Jesús Clemente, Pedro García, Manolo Carrasco, José María, Cheito, Jesús Sáez y Joaquín “El Relojero”. Ese día ganamos a un equipo de Madrid.

Y así, poco a poco, también nosotros nos íbamos incorporando a los equipos que después del campo del castillo, empezamos a jugar en los Grupos, en el campo de la Estación, para mucho después llegar al actual campo que tiene hasta hierba artificial.

El equipo del Chinchón C.-F. en el campo del Grupo Escolar.

Y algunos tenemos la esperanza que también los niños de entonces recuerden aquel equipo en el que jugábamos Valentín, Camuñas, Manolo Montes, Pablo el herrero y su hermano Pedro, Santiago Ontalva, Cheito, Manolo Carrasco, Joaquín el Relojero, Antonio Ahijón, Chuli Carrasco y el Ariza, entre otros, que nos quedamos a las puertas de salir a jugar fuera de Chinchón, como ya lo ha conseguido algún paisano al que deseamos todos los éxitos.
Entonces no estábamos federados ni jugábamos en ligas oficiales. Eran liguillas que se formaban con los equipos de los pueblos de alrededor. Nuestros máximos rivales de entonces eran los de Villaconejos y nuestros “entrañables enemigos”, como no podía ser de otra forma, los de Colmenar, a los que ganamos un trofeo de sus fiestas y en su propio campo, aunque a cambio terminé con un esguince en el tobillo derecho.

Continuará....

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA.XIII (MEMORIA HISTÓRICA)

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CAPÍTULO XII: EL LENGUAJE.


El autobús de línea de toda la vida. Pero en Chinchón era conocido como “El Coche de Viajeros”. Salía uno de Chinchón por la mañana y volvía a la caída de la tarde desde Madrid. Una distracción casi obligada era acercarse a la plaza para ver quién venía de la capital.
Este es uno de los giros peculiares del lenguaje de Chinchón. Aunque ahora se va unificando la forma de hablar (No sé si para mejor) por la influencia de la televisión, siempre es curioso recordar algunas de las palabras que entonces se usaban en nuestro pueblo.


Los forasteros, o los huéspedes que llegaban a casa por las fiestas, nos decían que los de aquí, los de Chinchón, éramos muy paletos hablando.

La realidad es que aquí usábamos algunas palabras ya caídas en desuso y que fuera no se utilizaban. Eran palabras del argot de tareas y herramientas de algunas profesiones, sobre todo del campo, o también se utilizaban palabras que eran deformación de algunas expresiones.

Pero la mayoría de las veces estas palabras estaban en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, y además se utilizaban en acepciones contempladas por la ella.

Bien es verdad que aquí éramos algo dados a economizar letras, y desechábamos la letra “d” cuando el “do” y el “da” aparecían al final de algunas palabras. Podríamos decir que éramos muy del “to” y del “na”, pero se nos entendía bastante bien.

Claro que había quienes para hacerse más “finos” llegaban a colocar estas sílabas hasta donde no correspondían, como en “bacalado” o “Bilbado”.

Después, cuando salí de Chinchón, pude comprobar que mi castellano era bastante más rico y preciso que el de muchos de los que antes nos tachaban de paletos a nosotros.

Era algo parecido a lo que pasa ahora. Ahora los jóvenes cuando utilizan sus móviles para comunicarse por WhatsApp o por E-mail, también economizan letras y si no eres experto en ese tipo de mensajes puedes pensar que están hablando en un idioma desconocido; y es que eliminan casi todas las vocales. Yo creo que ahora son bastante más paletos que lo éramos nosotros entonces.

Antes se decía encentar un melón, cuando querías decir que ibas a abrirlo, suena raro, pero es correcto. Aunque también decíamos que se había aburrido una pelota, cuando se quedaba en un tejado. Esta acepción no la he encontrado para este significado; posiblemente se decía porque la pelota se iba aburrir mucho mientras estuviese en el tejado sin jugar con los niños.

Lo que sí era típico, por entonces, aquí eran las expresiones exclamativas, como “buiva”, “niaque”, “arrea” y otras por el estilo.

Por ejemplo se decía ¡Amos, no amueles! Para mostrar sorpresa, pero al mismo tiempo cierto desacuerdo con la noticia que te acababan de dar. Otra variante era ¡Amos, no jodas! Si querías mostrar más desacuerdo y ¡Amos no peas! Si ya no te creías nada.
En cambio si querías asentir y transmitir que estabas totalmente de acuerdo, solo tenías que decir ¡Ael! Que es la contracción “A ver” y a veces iba acompañado de galán: “¡Ael, galán¡” Para este mismo asentimiento se solía utilizar un “¡Cao que sí!” que podría equivaler al actual “Tú verás!”

Pero si ya querías dejar totalmente claro que estabas de acuerdo, podías decir: “Cavalitamente” que se podría traducir por “justamente” o totalmente de acuerdo.

Para expresar el deseo que algo se cumpliese se utilizada “Avesi” que era una forma de terminar antes para decir “A ver si…”

En cambio si querías demostrar preocupación por algo que había ocurrido, la expresión idónea era “¡Amosqué!”.

Claro que si lo que deseabas eras mostrar incredulidad, quedabas muy bien diciendo: “¡Amos, anda!”

Y ya, cuando alguien te estaba molestando mucho, no tenías más que decir “¡No te amuela!” para que supiese que debía dejarte en paz.

Se decía “¡Arre!” para estimular a las caballerías, aunque podría también estar admitido si al que le querías urgir era un niño o un colega.

Si querías decir a alguien que era un poco vago, la palabra adecuada era “Bribón”, que también podía ser utilizado para saludar cariñosamente a tus amigos.

Una de las expresiones favoritas de aquellos años era “¡Cha galán!” que indicaba sorpresa y/o indignación, que también podría ir unida a otras expresiones como “Qué disparate” o “veros a tomar por culo”, entre otras.

Cuando querías decir que te ibas a poner a hacer una cosa enseguida, decías “Econtaque”… termine esto…

“En cá” era otra expresión muy usada, que también confirmaba la regla de sintetizar las palabras, para decir que alguien estaba en casa de otro alguien.

Para indicar que alguien estaba entusiasmado con algo o con alguien se decía que estaba “enjotao”. Claro que si ya era demasiado, que no podía vivir, como por ejemplo, cuando uno estaba coladito por una chica, entonces se empelaba el diminutivo que lo hacía más entrañable: “Está enjotaito del tó”

También para expresar lo mucho que te gustaba una cosa, se podía decir también “A punta pala”.

Y para terminar, cuando todo iba mal, y no veíamos que se fuese a solucionar, lo que decíamos era “¡¡Estamos apañaos!!”

Y ahora algunas palabras más o menos comunes, pero que en Chinchón siempre tenían un significado particular.

Un rebaño, otra palabra ya poco usual, y sobre todo una estampa difícil de ver hoy día.


Acerico: Almohadilla que sirve para clavar en ella alfileres o agujas, que utilizaban las niñas para guardar los alfileres con que jugaban.
Achispar. Poner casi ebria a una persona.
Alcagüeses: En Chinchón equivalían a Cacahuetes y también se decía "cacahuetas".
Afoto: Fotografía. Retrato.
Almoneda: Venta pública de objetos con licitación y puja. En Chinchón: subasta de los regalos que se ofrecían a los Santos el día de su fiesta para recaudar fondos.
Almuerzo. Comida que se toma por la mañana. En Chinchón podía ser el desayuno o una comida ligera entre el desayuno y la comida principal del mediodía.
Ambigú: Mesa o conjunto de mesas donde, en reuniones o espectáculos públicos, se ofrecen bebidas y aperitivos. En Chinchón: bar en el baile de la Sociedad.
Alpargata: Calzado de lona con suela de esparto o cáñamo, que se asegura por simple ajuste o con cintas y calzado habitual en la posguerra
Aviar: Alistar, aprestar, arreglar, componer. En Chinchón, sobre todo referido al ganado.
Atinar: 1.Dar por sagacidad natural o por un feliz acaso con lo que se busca o necesita. 2. Acertar a dar en el blanco. 4. Acertar algo por conjeturas.
Atontado: Dicho de una persona: Tonta o que no sabe cómo conducirse.
Atufar: 1.Trastornar o aturdir con el tufo 2. Enfadar, enojar. 3. Despedir un olor muy malo.
Azotaina: Zurra de azotes. Acción de dar azotes, Lo que recibíamos los niños de Chinchón en la posguerra.
Bacín. 1. Orinal. 2. Un insulto típico de la zona, oriundo de Colmenar de Oreja.
Bola. En Chinchón, la canica de toda la vida para jugar al guá. Eran muy apreciadas las de cristal, aunque duraban más las de piedra o las metálicas que se obtenían de los rodamientos. 2. También enreo o mentira.
Capacho. Bolsa de hule, lona o de fibras vegetales que utilizaban las mujeres de Chinchón para ir a la compra, antes de que se inventase el “carrito” y en las tiendas diesen bolsas de plástico.
Cinto: Correa, cinturón y medio para manifestar la potestad paterna ante los hijos díscolos.
Citarilla. Tapia pequeña. En Chinchón la tapia de la Plazuela de Palacio, también llamada “Balcón de las lagartijas” desde donde se puede ver la plaza, muy utilizada en días de corrida de toros.
Coche viajeros. El autobús de toda la vida.
Coger vencía. Coger carrerilla.
Confitería: Pastelería. La de Chinchón, antiguamente, estaba en los soportales.
Convidar. Es la palabra utilizada cuando quieres invitar a alguien a algo.
Cordelero: Además del que hace o vende los cordeles, persona pesada y que le gusta fastidiar y dar la lata.
Corral: Lugar donde se encierran animales domésticos. Antiguo excusado.
Cuartos: Es el dinerito contante y sonante. También hay una frase hecha que indica que algo te importa tres pepinos que es: - Me importa ocho cuartos.
Cuerno. Asta de los animales, que los tienen. Uno de toro, se utilizada para llevar al campo la sal y la pimienta. Una vez hueco, se colocaba en su interior un corcho para dividir las dos mitades; en la ancha se ponía la sal, en la estrecha, la pimienta. Se cerraba con sendos corchos de la medida correspondiente.
Cundir. Hacer algo bastante rápido y supuestamente bien.
Chisparse: Ponerse alegre, coger una borrachera no demasiado grande.
Chumeta: Cotilla.
Chumetear: Cotillear. También es válida la expresión "gulumear" para este caso.
Diaria, La: Coche de línea que iba a Aranjuez, lógicamente todos los días.
Embalao. Ir muy rápido. También las expresiones "Ir a to cisco" o "Ir a to meter" tienen el mismo significado y son perfectamente válidas.
Forastero. Se aplica a todo aquel que no es de Chinchón pero que está en él.
Al remate. Expresión usada en lugar de "Al final"...

Otra costumbre, las tertulias en las puertas de las casas, al anochecer de los veranos. Los vecinos sacaban a la puerta sus sillas y allí se formaba una tertulia que suplía los telediarios de hoy en día y donde se podían escuchar todas estas palabras, muchas de ellas, ya hoy en desuso.


Pues nada, que me he “embalao”, y me ha “cundido” mucho, con lo que “al remate”, pienso que ya está bien de hablar tanto del lenguaje…

Porque de esto podríamos estar hablando sin parar todo un mes, por lo menos…

Continuará....

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA.XIV (MEMORIA HISTÓRICA)

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CAPÍTULO XIII: PROTAGONISTAS.


Personas casi anónimas. Que posiblemente nunca aparecerán en ninguna historia ni en los anales oficiales de nuestro pueblo. Fueron, sin embargo, los actores, casi desconocidos, de una época que, he considerado, son merecedores de aparecer en estas memorias.
En esta fotografía, ya de mayores, podemos ver a algunos de estos protagonistas de los que hablamos en este capítulo.


En los distintos capítulos que hemos recorrido, han ido apareciendo personas y personajes, de mayor o menor importancia, como protagonistas de lo que allí se iba narrando. Pero he pensado que había muchas más personas que también se merecían aparecer en estos recuerdos de una época que conformó la posguerra en Chinchón y por ello, he considerado oportuno añadir este capítulo que he titulado como aquel conocido programa radiofónico que se iniciara en el año 1969 y que hizo famoso Luis del Olmo: Protagonistas.

Y para iniciar esta relación de nombres, nadie mejor que don Pedro González Montero. Don Pedro, el médico. Fue, posiblemente, el último médico rural. Él nos trajo al mundo a la mayoría de los que también hemos protagonizado esta época de la posguerra. Vivió en la calle del Santo, y allí tenía su consulta y desde allí salía todos los días para hacer las visitas a los enfermos; visitas que iba repitiendo hasta que les daba de alta, sin necesidad de que nadie se lo recordase.

Con fecha 26.9.1969, el Ayuntamiento de Chinchón solicitó al Ministerio de Trabajo la concesión de la medalla al mérito al trabajo para don Pedro con motivo de su jubilación y haber desarrollado toda su carrera profesional en Chinchón. Concesión que con fecha 16 de marzo de 1972 ratificó La Dirección General de Sanidad.

Coetáneo suyo fue también el médico don Marcial Fernández Sancho, que vivió en la Cuesta del Hospital y también atendía a los pacientes en su casa, porque entonces no había consulta oficial. Después llegarían don José y don Patricio, pero eso fue mucho después, cuando se suscitó una gran polémica con motivo de las "igualas", lo que se llegó a conocer entonces como "guerras médicas".

Don Enrique Fernández Sancho, hermano de don Marcial, era el veterinario del Partido Judicial y tenía el herradero para las mulas en la calle de la Tahona, donde colaboraba también Jesús Gómez Barros, que era el hijo de don Antonio, del anterior veterinario. Después vendría don Eduardo Polo Lozano, pero entonces ya existía el matadero municipal en San Roque.

Ya hemos hablado de los curas, de los alcaldes y de los maestros, pero durante este tiempo también hubo otras organizaciones oficiales como la Hermandad Sindical del Campo de la que fueron presidentes Jesús del Nero y Francisco Medina, y donde trabajaron Tomas Serrano y Federico Vega, que después sería el director de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid.

La Comunidad de Regantes fue otra institución que tuvo mucha importancia en aquella época, cuando la agricultura era la principal fuente económica, y que se ocupaba de vigilar los turnos de riego y organizar la limpieza de caces y caceras de la vega. Fueron sus presidentes en el tiempo que nos ocupa, Jesús del Nero, Julio González Pelayo y Antonio Torres.

Durante muchos años fue el Banesto la única entidad bancaria de Chinchón y don Joaquín Arellano, su director, a quien sustituyó José López y donde trabajaban el señor Álvarez, el cajero; Clemente Montes, Jesús Villalobos,Carlos Lozano y Miguel Gallegos. Luego llegaría la Caja de ahorros con Federico Vega, Manuel Carrasco y José Castillo.

Antonio Castillo Roldan era el Oficial de la Notaria que estaba en la Plazuela de Palacio. Durante este tiempo fueron varios los notarios titulares, pero aquí, quien te solucionaba cualquier gestión era Antonio Castillo que después fue nombrado también, Juez de Paz.

Algo parecido sucedía con el Registro de la Propiedad, donde los registradores titulares solo venían a firmar. Al frente del Registro estaba don Pedro Castell, ayudado por su hijo Pedro, por Juan Colmenar y por José Gallegos. Como se comentará después, el Registro se trasladó a Aranjuez y a Arganda del Rey. En el caso de los Juzgados, los empleados públicos no se trasladaban a Chinchón para trabajar, y parte de su sueldo se lo pagaban a sus “sustitutos”, como Eduardo Nieto, Juan Susiac o Miguel Ángel Gállegos; con la única excepción de Joaquín Palao que vivía con su mujer Paquita y su hijo en una vivienda en junto al Juzgado.

Aquí estaban el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción hasta su traslado a Aranjuez y uno de sus últimos jueces fue don Félix Ochoa Uriel y el secretario don Manuel Molina de Sandoval.

En el Juzgado Comarcal, uno de sus Secretarios era el Sr. Honrubia que vivió en la cuesta de la Torre, y hacía veces de Agente Judicial el tío Fausto que vivía frente al Juzgado, en la Calle de los Huertos. Recuerdo que era el encargado de subir a la iglesia el libro de familia cuando se celebraba una boda, porque, entonces, se reconocía como único matrimonio válido el canónico y el civil era sólo un trámite sin valor hasta que no se celebraba el religioso. Él además, se dedicaba a poner cristales, por aquello de que en esos tiempos no había más remedio que buscarse el sustento como cada uno podía.

También podemos recordar a los empleados públicos que trabajaban en el Ayuntamiento. Entonces con solo dos guardias como se llamaba entonces a los policías locales, eran suficientes para mantener el orden que difícilmente se rompía. José Magallares y Luis Vega, que tenían su vivienda en el edificio de la cárcel y del juzgado, lo que actualmente el Parador de Turismo, se repartían las tareas de vigilancia y mantenimiento del orden. Después también recordamos a Aniceto, José María, Manolo y Pepe Manquillo.

Estaban también los "consumeros", es decir, los empleados de la Oficina de Abastos y Consumo, que estaba en los bajos del Ayuntamiento y eran los responsables del control sanitario y del abastecimiento de los productos, sobre todo durante la época del racionamiento.

Entre los funcionarios de la administración del Ayuntamiento, recordamos a Enrique Asensio y a Juan Susiac, así como a Bonifacio Paris, que era el alguacil y que también desempeño el cargo de bibliotecario.

Luego estaban los funcionarios encargados de los servicios, como la limpieza, el suministro de agua, el alumbrado, etc. etc. que eran conocidos como "los de la Mojona", porque eran los que habían continuado con los trabajos de los que anteriormente se habían hecho cargo los empleados de la Sociedad de Cosecheros, conocida como "La Mojona". Está en nuestro recuerdo José Tolmos Salas, -el tío Pepe el de las aguas- que era el capataz de vías y obras del Ayuntamiento, y que durante muchos años se encargó de coordinar a todos los empleados. El 28 de marzo de 1961 se solicitó para él la Medalla al Mérito al Trabajo que le fue concedida al final de su vida laboral.

Para terminar este recuerdo a los empleados municipales, nombrar al Pregonero, del que ya hemos hablado, y que vivía en la casa junto al Ayuntamiento, y a los serenos que nos anunciaban la hora y el estado del tiempo durante la noche:

¡¡¡Las tres, y sereno….!!!

Pero además hubo otras personas particulares que también de distinguieron por su contribución a diversos aspectos de la vida social, cultural y económica de Chinchón.

Podemos recordar a don Narciso del Nero Carretero, que hizo una importante labor de recopilación histórica, junto al que fue secretario del Ayuntamiento don Paulino Álvarez Laviada. Rescataron, organizaron y custodiaron multitud de documentos que ahora son la base del Archivo Histórico, y nos dejó varias obras históricas, sobre todo "Chinchón desde el siglo XV" en el que recoge datos que han sido fundamentales para los estudios posteriores de otros historiadores. Además colaboró en la reacción de la Revista Vida, de los años 50, y formó parte de distintas comisiones para dinamizar la vida cultural y social del pueblo, como el homenaje que se hizo a la Virreina del Perú.

Otra persona que también se distinguió por su colaboración en todas las iniciativas que se organizaron en Chinchón durante este tiempo fue don Mateo de las Heras Susiac. Procurador de los Tribunales e industrial, fue un minucioso recopilador de información de todo lo que ocurría en nuestro pueblo. Gracias a sus notas se pudo redactar el libro "Toros en Chinchón" de Sánchez Vigil y Carlos Alonso, que recogen toda la información de los festivales taurinos que Mateo de las Heras había ido elaborando pacientemente de año en año. Participó en la redacción de las revistas Vida y Fuentearriba y colaboró en la organización de eventos culturales, religiosos, sociales y promocionales de Chinchón, como la Comisión organizadora del Festival Taurino de Chinchón en colaboración con Julio Aparicio. Escritor y poeta, nos dejó un pequeño librito de poesía titulado "Algunas poesías de toda una vida" en las que recoge costumbres
de aquellos años.

Alfredo Rodríguez Freyre, también se distinguió por su labor literaria y cultural. Colaborador de las revistas Vida y Fuentearriba en sus tres etapas, es también el autor de los textos de las "Aleluyas Chinchonetas" que dibujo Manolo Gómez- Zía, el “Peregrino”.

Y no podemos olvidar a Gonzalo Jiménez Manquillo. Era labrador; le recordamos de pequeña estatura y con sus gafas de pasta de gruesos cristales, por la calle de Morata con las caballerías camino de la casa de don Victor Camacho, donde era el hombre de confianza. Pero además, cosa poco usual, Gonzalo era poeta. En versos sencillos supo cantar a su pueblo, sus gentes y sus costumbres, colaborando también en las distintas publicaciones que se hacían en Chinchón.

Petra Ramírez.


Petra Ramírez Álvarez de Miranda, fue la primera mujer concejal en el Ayuntamiento de Chinchón. Fue la responsable durante la posguerra de la Sección Femenina y fue la encargada de poner en marcha la Biblioteca de Chinchón, por lo que después se le dio su nombre.

También tenemos que recordar que el 18 de mayo de 1966, el Ayuntamiento concede el título de Hijo Predilecto al General Jefe de la Región Aérea Central, D. José Galán Guerra. Con fecha 4 de Junio se organiza la entrega de la distinción y un homenaje popular. El General Galán, como era conocido aquí, siempre se ocupó de que los quintos de Chinchón tuviesen un servicio militar más cómodo, y así muchos de nosotros hicimos la mili en el Ministerio del Aire. También recordamos que por su intervención, en las Fiestas de San Roque, del año 1968 actuaron en la Plaza “Los Pekenikes”, ofreciendo un concierto multitudinario, que todavía se recuerda porque entonces eran el conjunto más famoso de España.

En aquellos tiempos, para las autoridades, no estaban demasiado bien vistas las organizaciones o asociaciones, que podríamos llamar "no gubernamentales".

A finales de los 60 se crea la Asociación de Cabezas de Familia presidida por Francisco Grau Simó. De esta Asociación nace la iniciativa de la promoción del Colegio Libre Adoptado, donde los jóvenes de Chinchón pudieron hacer el bachillerato sin necesidad de desplazarse a Madrid, como había ocurrido hasta entonces.

En el año 1970 se crea la Asociación de Amigos de Chinchón, promovida por Manuel Carrasco, Jesús García y Pilar Montero, a la que después se unen Mateo de las Heras, Alfredo Rodríguez y Pablo Fernández-Sancho que sería nombrado presidente. Se crea la distinción del "Ajo de oro" que se concede anualmente a la persona que se habían distinguido en favor de Chinchón, y en ese año se conceden los primeros galardones a Marcial Lalanda y Julio Aparicio.

Unos años después, a iniciativa de José Luis Magallares, Antonio Macías y Manuel Carrasco se crea la Asociación de Padres de Alumnos del Colegio Público Hermanos Ortiz de Zárate, para colaborar en la labor docente del Colegio.

También es oportuno recordar a Narciso García Ortego como el primer promotor turístico de Chinchón al frente de La Granja, que después sería Venta Reyes y las Cuevas del Vino, creador del slogan "Chinchón: Anís, plaza y mesón". Después le seguiría Tito Clemente con la Virreina y Jesús Hernández con el Mesón Quiñones, hasta llegar a la actual oferta gastronómica de la que hoy disfrutamos en Chinchón.

Y ya para terminar, nuestro recuerdo para algunos personajes que entraron a formar parte de nuestro imaginario en aquellos años.

¿Quién no recuerda al Ochoa? Todos los días, con su carretilla y su cachimba estaba puntual en la plaza para recoger los bultos que llegaban en el coche viajeros y después repartirlos a sus destinatarios.

Chinchón empieza a ser conocido y visitado. Luis Buñuel con Carlos Saura visitan la plaza y el Castillo de Chinchón, y de esta visita se conservan varias fotografías que el propio Carlos Saura se ocupó de publicar.
En la plaza, delante del despacho de las Destilerías de Luciano Sáez y del Bar “Mi Rincón”,  “Colegial”, en primer plano,  se acerca a ellos para pedirles una limosna.

También ocupa un lugar importante "Colegial". Era ya entonces un hombre mayor. Inválido de las dos piernas, se desplazaba encima de una plataforma de madera con rodamientos, que empujaba con sus manos que iban protegidas por unos refuerzos de goma. Se le podía ver en la plaza, junto a la subida del Barranco. Allí pedía limosna a los que pasaban y nos decían que tenía muy mal genio, cosa no extraña si tenía que soportar las impertinencias de los niños, que ya se sabe que suelen ser muy crueles con los que tienen alguna minusvalía.

También podemos tener un recuerdo para Jesús “el taquillero” y para Manquillo, el encargado de la proyección de las películas de cine. Él era, además, el encargado de la “cesura”, y desenfocaba la imagen, cuando algunas escenas podían “herir” la sensibilidad de los espectadores. Entonces, entre silbidos del respetable se oía en la sala:

¡¡¡Encuadra, Manquillo!!!

Y para finalizar este recorrido por las personas que son dignas de nuestro recuerdo, no podríamos poner mejor broche que mencionar a dos monjitas del Asilo de Ancianos de San José: Sor Primitiva de la Encarnación Cañigral y Sor Antonia de la Asunción Viladomat. El 22 de febrero de 1958, a solicitud del Ayuntamiento de Chinchón, se les concede la Cruz de Beneficencia con distintivo blanco, haciéndoseles la entrega a las religiosas con fecha 19 de marzo de 1958. Sor Primitiva y Sor Antonia, no solo se ganaron el cariño de los ancianitos de Chinchón, sino también de todo el pueblo, por su abnegada entrega, su simpatía y su amabilidad con todos los que visitábamos el Asilo.

Con el recuerdo de todas estas personas, nuestra memoria de aquella época ha tomado cuerpo y cara. La cara y la personalidad de todas estas personas con las que convivimos y que de alguna manera también han formado parte de la memoria colectiva de Chinchón.

Continuará....

EL TALLER DE CANDELA PRAT, FIEL A SU CITA ANUAL EN CHINCHÓN.

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Como ya viene siendo tradicional, Candela Prat nos presenta en la Casa de Cultura Manuel Alvar de Chinchón, la exposición de las obras de sus alumnos realizadas en el último año y que ha titulado:
"MANOS A LA OBRA"
La exposición estará abierta desde el 17 de septiembre al 6 de octubre.


En la misma podremos admirar la evolución de estos artistas que año a año van mostrando sus obras.
La inauguración de la exposición tendrá lugar mañana, sábado día 17 de septiembre a las 18,30 en la sala de exposiciones de la Casa de Cultura de Chinchón.


Este año, esta inauguración coincide con las Fiestas en honor de la Virgen del Rosario que se están celebrando en Chinchón desde el 9 al 18 de septiembre.

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA.XV (MEMORIA HISTÓRICA)

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CAPÍTULO XIV. CAMINO A LA TRANSICIÓN.


Oficialmente había terminado la posguerra. El 28 de octubre de 1956 se habían iniciado las emisiones de Televisión Española, y ya todo parecía más moderno. Pero en Chinchón, como he dicho, las cosas iban mucho más despacio. Aquí, todavía nos quedaban unos años de camino hacia la transición.


Estamos recordando los años de la posguerra. Unos años que en Chinchón duraron un poco más de lo normal, porque aquí en Chinchón se dieron una serie de circunstancias, que como he comentado de pasada, tendrían una influencia decisiva en el futuro social, político y económico de nuestro pueblo.

Fueron la emigración de muchos jóvenes que tuvieron que salir del pueblo para buscar su futuro; la descapitalización económica que se produjo por no tener valor el dinero de la Republica, y la oposición frontal de las fuerzas vivas a la industrialización, cuando en el resto de España se estaba desarrollando un paulatino abandono de la agricultura. Estas fueron algunas de las causas del estancamiento que se produjo en nuestro pueblo y que duro prácticamente hasta casi los años ochenta.

Así, nuestras autoridades, no saben o no quieren acogerse a las facilidades estructurales que se promueven para la creación de "polos industriales", pero tampoco son capaces de conseguir una concentración parcelaria que entonces hubiera sido una solución para la atomización de la propiedad agrícola del pueblo. Durante estos años se va deteriorando también la presencia política de Chinchón en las estructuras provinciales. En el año 1964 Chinchón deja de ser cabeza de partido judicial, desaparece el juzgado y la cárcel que se trasladan a Aranjuez, y después hasta el Registro de la Propiedad es dividido para trasladarlo a Arganda del Rey y Aranjuez. Todo ello hace que la actividad comercial también decaiga aunado a la facilidad que existe de trasladarse a diario a la capital por el aumento del servicio de los autocares de línea.

Mientras, en España, se estaba iniciando un cierto aperturismo político y se aprueba la existencia de las asociaciones. En el año 1967 se promulga la Ley de Representación Familiar en las Cortes. Se convocan elecciones para elegir a los representantes familiares y el 10 de octubre de 1967 fuimos a votar por primera vez los que ya habíamos cumplido los veintiún años. En Madrid salieron elegidos don Juan Manuel Fanjul y doña Josefina Veglison.

Esta fotografía podría ser un ejemplo de cómo se fue deteriorando el casco urbano de Chinchón, durante la guerra y la posguerra. Las casas a medio hundir, las calles sin asfaltar, todo el pueblo estaba así de descuidado. Aunque, por suerte, cuando se fue restaurando se conservó su estructura y se mantuvo el sabor de su historia.

El año anterior, no obstante, ya habíamos sido convocados a las urnas, aunque yo entonces aún no tenía derecho a voto. Fue el día 26 de diciembre de 1966 y se celebró el referéndum político para aprobar la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado. Ese día el señor alcalde da órdenes a la guardia civil de que no salga nadie del pueblo a trabajar en el campo sin el justificante de haber cumplido con su derecho y deber de votar. La participación supero el 80% y triunfó el "Si" con un abrumador 95% y con un solo 1% de votos en contra. Uno de los eslóganes más usados aquellos días fue el de "FRANCO, SI. COMUNISMO, NO" . Mucho después, en el referéndum para aprobar la Ley para la reforma política (Ley 1/1977, de 4 de enero) que tuvo lugar 15 de diciembre de 1976 con la que se finiquitaban de hecho las Cortes franquistas, y se posibilitaba la transición a la democracia, y que también fue aprobada por amplia mayoría, Chinchón fue la demarcación nacional con mayor porcentaje de "noes". Eso indica la condición conservadora que siempre ha marcado al electorado de nuestro pueblo.

En el año 1970 Francisco Grau es nombrado alcalde de Chinchón, en sustitución de Baldomero Martínez Peco y se inician una serie de actuaciones en el pueblo, como la creación de un Instituto de Enseñanza Media y la cesión de varias propiedades del Ayuntamiento al Ministerio de Información y Turismo que culminaría con la construcción del Parador de Turismo.

Unos años antes se había publicado el periódico "Fuentearriba" dirigido por el sacerdote don Luis Lezama Barañano, que en el año 1963 había sido el creador de la Pasión de Chinchón, que desde entonces se viene celebrando ininterrumpidamente como uno de los actos más importantes en su promoción turística.

Ya en estos años había prácticamente desaparecido la Agrupación Juvenil de la Falange, que tanta importancia había tenido durante la posguerra; sin embargo todavía tenían amplia presencia social las organizaciones de la Iglesia, centradas en la actividad del Club Santiago, que iniciará en los años cincuenta don José Manuel de Lapuerta y que después potenció don Luis Lezama. Desde allí se organizaban las funciones teatrales, la Pasión, el periódico y otras muchas actividades culturales y recreativas.

El cartel de turismo con lo que la plaza de Chinchón se convirtió en el emblema turístico para decir a todo el mundo que
¡¡España (como Chinchón) es diferente!!

El Centro Parroquial "Club Santiago", ubicado en la casa de la Fundación Aparicio de la Peña de la calle Benito Hortelano, que fue colegio de Cristo Rey antes de la guerra y que después acogería el Colegio Libre Adoptado, fue el centro de reunión de la juventud de aquellos años, y en lo que fue la capilla del colegio llego a instalarse una sala de cine donde se proyectaban las películas de "El Zorro" del "Gordo y el Flaco" y de "Charlot" los domingos por la tarde. En los patios se iniciaron los primeros ensayos de la Pasión de Chinchón, con la dirección de Pilar Montero y la supervisión del cura Lezama.

En Chinchón se daban una serie de circunstancias por las que no había demasiado paro en la agricultura, que era la principal ocupación. La mayoría de los agricultores eran propietarios, al menos, de pequeñas parcelas y en ellas se ocupaban cuando terminaban las temporadas de la recolección, de la vendimia o de la aceituna. Estos trabajos estacionales absorbían toda la mano de obra disponible e incluso llegaban jornaleros de fuera. Cuando faltaba el trabajo, se aprovechaba para limpiar las acequias, y a ellos se dedicaban una cuadrilla de quince o veinte personas que lo compaginaban con los otros trabajos agrícolas. Eran los “paleros” que limpiaban la maleza de los caces y caceras y después los gastos se repartían proporcionalmente entre los regates.

La pequeña extensión de muchas fincas, que se hubiese solucionado, entonces, con una concentración parcelaria, dificultaba la mecanización agrícola, y aunque se compraron bastantes tractores, no se les sacaba un rendimiento adecuado a la inversión realizada. En muchas ocasiones se utilizaban solo como medio de transporte para llegar a la Vega.

En estos tiempos se crearon la Cooperativa Vinícola “San Roque” y la Cooperativa Aceitera “Virgen del Rosario” y empezaron a desaparecer las almazaras y las bodegas particulares. Los beneficios fiscales y financieros que se concedían a estas entidades les permitieron acceder a una mecanización a la que no podían llegar los particulares. Ambas cooperativas se dedicaron a la transformación de la uva y de la aceituna para producir el vino y el aceite, pero ninguna de las dos se atrevió a afrontar la comercialización al por menor de sus productos y se limitaron a vender su producción al por mayor, generalmente a otros productores o comercializadores.

Sin embargo, fracasaron los intentos de organizar otra clase de cooperativas, como el relanzamiento de la antigua “Cooperativa Unión Agraria de Chinchón”, para comercializar el ajo –producto emblemático de Chinchón- ni agrupaciones para compartir la moderna mecanización agrícola. Varios intentos fracasaron, sin duda por el individualismo en el caso de la mecanización y por ser el ajo un producto que en Chinchón tenía un carácter especulativo, por la gran variación en los precios que se podían conseguir, dependiendo de la producción en España y las importaciones que ya entonces empezaban a llegar desde Argentina primero, y después desde China, además de las nuevas técnicas de conservación del ajo, con la aparición de las cámaras frigoríficas.

La industrialización en Chinchón se había reducido desde el siglo XIX, a las fábricas de anís –el otro producto insignia de nuestro pueblo- y a varios intentos de otras actividades que no llegaron a fructificar.

La ubicación de Chinchón, apartada de las principales vías de comunicación nacionales, a quince o veinte kilómetros de las carreteras nacionales a Valencia o Andalucía, y sus intrincadas carreteras de acceso, se unieron a la oposición interna a que llegasen industrias para tener mano de obra para la agricultura. Entonces se decía que la fábrica de penicilina que luego se instaló en Aranjuez, se quería instalar en nuestro pueblo, y después también fracaso la llegada de la fábrica de galletas Cuétara, que se instaló en Villarejo, para la que se llegaron a expropiar varias fincas. Pero todas estas circunstancias no pudieron evitar que el éxodo laboral hacia la capital se fuese haciendo cada vez más importante. Por aquellos años empezó a funcionar el "coche de los obreros" de "La Veloz" que salía de Chinchón a las seis y media de la mañana y que volvía de Madrid cuando terminaba la jornada laboral.

También estos años tuvieron una importancia capital en el urbanismo de Chinchón. Durante los años de la posguerra el casco urbano se había ido deteriorando. El aspecto del pueblo era cada vez más deplorable, pero esta circunstancia permitió que en Chinchón no se cometiesen las agresiones urbanísticas que se estaban produciendo en la mayoría de los pueblos de España, donde el progreso y la bonanza económica producían un crecimiento incontrolado no siempre unido al buen gusto y a la racionalidad.

El Centro Parroquial "Club Santiago"


Esta circunstancia fue la que, a la larga, potenció el turismo amparado en la cercanía con la capital y una conservación arquitectónica que había mantenido la esencia de pueblo castellano que parecía rescatado del pasado, y que permitiría después una rehabilitación supervisada por las autoridades del Patrimonio Nacional, lo que contribuyó a que el casco urbano de Chinchón fuese declarado, en 1974, Conjunto Histórico Artístico por el Consejo de Ministros; una de las causas que contribuyeron al apogeo del sector hostelero y turístico, que hace de Chinchón uno de los destinos más conocidos, tanto a nivel nacional como internacional, definiéndose la Plaza de Chinchón como "uno de los más valiosos ejemplos de plazas españolas, genuina representación de arquitectura popular".

En el año 1967, la Dirección General de Arquitectura, Sección de Ciudades de Interés Artístico Nacional, aprueba una remodelación integral de la plaza de Chinchón, y de la fachada de la iglesia de Ntra. Sra. de la Asunción. Las obras duran varios años bajo la dicción de D. Miguel Ángel García Lomas, que después fue Alcalde de Madrid, y a quien se le concedió el "Ajo de Oro" de la Asociación de Amigos de Chinchón, en el año 1971.

Continuará....

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA.XVI (MEMORIA HISTÓRICA)

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CAPÍTULO XV. LA PLAZA DE CHINCHÓN.


La plaza de Chinchón es y ha sido siempre el centro neurálgico del pueblo. Es nuestra imagen y también fue la imagen de una España que empezaba a mirar hacia el turismo.
En estas memorias históricas he querido rememorar una plaza más entrañable, más nuestra; sin los coches aparcados en el centro, solo con los niños jugando a la pídola o al “rescatao”, sin el bullicio que nos ha traído el turismo, cuando nos sentábamos en los escalones de los soportales para cambiar los tebeos del Guerrero del Antifaz o de Roberto Alcázar y Pedrín.

Y así, con nuestra plaza recién rehabilitada, me tengo que despedir de todos ustedes. No sé si se habrán dado cuenta de que durante este trabajo unas veces les tuteaba y otras les llamaba de usted. Y es que estoy escribiendo esta especie de memorias cuando ya soy mayor y me he acostumbrado a tutear a todo el mundo; en cambio, cuando ocurrió todo lo que les he contado, nosotros llamábamos de usted a todas las personas mayores.
Y para despedirme he querido bajar a la plaza de Chinchón, porque aquí gravita toda la vida social, económica y política del pueblo; y además es y ha sido nuestro emblema y nuestra seña de identidad.
Y he pensado que para despedirme, nada mejor que invitarles a dar una vuelta por aquella plaza donde de pequeños jugábamos a las canicas, y después paseamos con la chica que pretendíamos e, incluso, corrimos delante de un toro para saltar el tabloncillo.
Una fotografía de Ingeborg Morath. Los soportales a la caída de la tarde y el tendero a la puerta de su comercio de telas.

Y es que la plaza de Chinchón tiene la característica de su gran versatilidad. La plaza es ágora griega que congrega a los ciudadanos para hablar de la “res pública”, y sus soportales conocen mejor que nadie los rumores que corren por el pueblo. La plaza es el patio grande de todas las casas de Chinchón, donde los niños juegan y los mayores se relacionan. La plaza es corral de comedias, es coso taurino, salón de baile en las verbenas, estadio en competiciones deportivas, paseo para mocitas en edad de merecer; es zoco y rastrillo los sábados por la mañana, terraza gigante y comedor de restaurantes, paso obligado de procesiones, aparcamiento para coches (¿hasta cuándo?) y, siempre, punto de encuentro para chinchonenses y forasteros.
Siempre vigilada por la gran mole de la Iglesia, su vida se acompasa a las pesadas campanadas del reloj que, en la torre de ladrillos rojos, va marcando el ritmo de su historia. La farola marca el epicentro de la actividad y es el faro que ilumina el ir y venir pausado de las gentes de Chinchón.
La Plaza y sus aledaños son, también, el centro comercial del pueblo. Los bares y restaurantes han ido colonizando la mayor parte de sus casas y junto con las tiendas de artesanía y de productos típicos ofrecen una amplia oferta para los que nos visitan, que ahora se completa con la nueva Oficina de Turismo instalada en lo que fue un lavadero público y con las dependencias del recién restaurado Ayuntamiento.
La “Fuente Arriba”, ahora disfrazada con galas de granito, ya no regala sus aguas al caminante sediento, ni al maletilla que, bebiéndola, decían, sería torero famoso.
Los soportales, refugio de lluvias invernales y de soles implacables, ofrecen sus pulidos escalones de piedra como asiento para animadas tertulias y descanso para los viejos que no se resisten a dejar de darse una vuelta por su plaza.

Baile de la jota en la Plaza de Chinchón.

Varias veces restaurada para conservar sus delicadas balconadas de madera y su piso agredido por el moderno tráfico, ha sido testigo de todos los cambios que se han ido produciendo en la vida social, política y económica de Chinchón.
Y seguro que por los cansados ojos de sus balcones se le asoma alguna que otra lágrima recordando los tiempos pasados en los que tan sólo oía a los niños que jugaban al “rescatao”, a los feriantes que ofrecían sus mercancías en los días de fiesta, a los gitanos que acompañaban con su trompeta las evoluciones de una cabra famélica y de un oso, cansado y viejo, que causaba admiración en niños y mayores, y que por la noche dormían en el “Campillo”.
Seguro que también recuerda con nostalgia los malabarismos de la pequeña “troupe” del circo ambulante que levantaba dos altos palos de los que pendía un solitario trapecio, a cuyo alrededor formaban un círculo los curiosos espectadores -niños en su mayoría- que apenas si les aportaban lo suficiente para malcomer ese día.
Recordará la Posada de Manolo Carrasco, que antes fue la del tío Tamayo, junto a la carnicería de Tino, y del tío “Pelos” al que ayudaba Barrena, y la Pastelería de Pedro de la Vara, en los portales, y las peluquerías del tío Vicente y de Paco el de “La Higiénica”, y la otra posada junto al barranco, y el bar de Juan “el Botero”, y el cuarto de los “mediores” y la panadería de las Lolas, y el cuarto donde vendía los periódicos la tía Paula, la de los papeles, -que antes fue pescadería- al principio de la calle Grande, un poco más arriba del Bar de Auspicio y enfrente, “Casa Toni”. Y el antiguo Café que durante tantos años regentó la Señora Carmen, y la tienda de los “franceses” con el reclamo de su enorme zapato colgado junto a la columna.
Y la tienda del tío Quico, el marido de la “Cañamona” y la pescadería de Juanito Carrasco, junto al Pilar, que después se trasladó junto a la Fuentearriba; y la tienda de Pakolín, primero junto al rincón del Barranco y luego en los soportales. Y la tienda de telas del Señor Antero, y la otra peluquería del tío Boni que también era sacamuelas y después puso unos futbolines. Y el taller del tío Félix el ojalatero, a quién no le faltaba trabajo, arreglando los pucheros y los demás utensilios de cocina con estaño, porque, como ya he dicho varias veces, entonces no se tiraba nada y todo se restauraba una y mil veces. Y el Bar la Villa, que años después puso un televisor y allí tomábamos nuestro corto con un pincho de berberechos mientras veíamos Escala en Hi-Fi…

Otra fotografía “profesional”. La original es en color, pero he considerado que nuestro recuerdo del “Pilar” entonces, debía ser en blanco y negro.

No se habrá olvidado de lo concurrido que estaba el lavadero del Pilar, donde muchas mujeres iban a lavar su ropa, aunque había quienes se iban hasta Valdezarza o Valquejigoso, porque decían que estaba el agua más limpia. A veces, en las fiestas, allí encerraban a los toros, cuando los corrales de los toriles eran insuficientes...
Y recuerda la gran reja redonda sobre la alcantarilla a los pies del pilón de la Fuente de Arriba, que era como el gran ojo por donde el tenebroso mundo del subsuelo de Chinchón se asomaba a la vida del pueblo exhalando su pestilente aliento.
Seguro que recuerda muchas cosas, aunque ahora se le ve preocupada por la afluencia de tanta gente desconocida que la invade con sus potentes y ruidosos coches y le hace añorar el cansino traqueteo de los carros cuando a la caída de la tarde volvían de la Vega...
Recordará, también, el olor penetrante de los churros que el Ataulfo preparaba junto a la Fuente Arriba y que su mujer iba ensartando en los juncos verdes, a seis pesetas la docena.
Pero recuerda, sobre todo, el sabroso olor de cocido que María Nieto, preparaba, todos los días, en un gran puchero de barro, para dar de comer a los muleteros, a los traperos, a los feriantes, a los mieleros de la Alcarria, a los salchicheros de Candelario, a los sacamuelas, y a todo el variopinto retablo de curiosos personajes que eran los clientes habituales de la posada.
Y seguro que ya casi ha olvidado como lucía la antigua Fuentearriba, que en nuestros tiempos de niños no tenía frontal, sino una reja de forja hasta que siendo alcalde Baldomero Martínez se volvió a reformar, quitando la barandilla y haciendo un nuevo frontal de piedra, parecido al primitivo, también con tres bolas de piedra, pero sin el frontón triangular. En el centro del frontal se colocó el emblema de la Falange, el yugo y las flechas de los Reyes Católicos siguiendo los dictados políticos de aquellos años.
Yo quiero ahora recordar cómo la Plaza, los domingos y los días de fiesta de aquellos años de la posguerra, presentaba un aspecto apacible aunque bullicioso.
Los niños jugaban a la “pídola”, a las “canicas”, a los “güitos”, a la “taba”, a la “chita” y al “rescatao”. Las niñas jugaban a los alfileres, al aparato, a la “comba” y a los cinturones. Los jóvenes paseaban intentando acercarse a las mozas, que siempre en grupo, se dirigían a los soportales para ver las carteleras de la película que esa tarde ponían en el Teatro Lope de Vega. En uno de esos domingos, un niño llamado Pepe, el del tío Venancio, iba a comprar una entrada de gallinero para ver su primera película.
La tía Nuncia, junto a la Columna del Café - también llamada de los franceses - preparaba su cesta de mimbre sobre una pequeña mesita de madera, y se sentaba en un pequeño asiento de anea, esperando que llegasen los niños con su perra gorda para comprar los dulces de malvavisco, las bolitas de anís y los chicles de "Bazoca" que cortaba con un cuchillo en trozos pequeños para poderlos vender más baratos.
Y la tía Mariana, a la puerta de su casa, también sacaba su cesta con chucherías y una mesita donde colocaba una pequeña ruleta de construcción artesanal, donde ponía en cada casilla una golosina, y lo anunciaba:
- “A realito, y siempre toca”…
Años después el tío Huete montó un puesto de chucherías en una especie de carromato de color verde, que colocaba en el centro de los soportales; eran los primeros indicios del desarrollo, de las multinacionales y de la globalización.

El Ataúlfo, junto a la Fuente Arriba, preparando sus churros, su mujer los ensartaba en juncos verdes, a seis pesetas la docena.

También en los soportales se montaba un pequeño mercadillo en el que se cambiaban los tebeos del "Guerrero del Antifaz", de "Roberto Alcázar y Pedrín" y de las "Hazañas bélicas", el "TBO" y "Pulgarcito"; después vendrían los del "Jabato" el "Capitán Trueno" con Crispín y Goliat. Y mucho después "Supermán". Los tebeos nuevos se compraban en el estanco que regentaban Juana y su hermana Enriqueta en la calle de los Huertos, donde las niñas también compraban los recortables con los vestidos para sus muñecas de papel. También se cambiaban los cromos de futbolistas que salían en el chocolate Dulcinea de Quintanar de la Orden. Cuando reunías toda la colección podías canjearlo por un balón de fútbol o una muñeca "gisela" para las niñas. Era la democratización de los juguetes. Hasta entonces sólo las niñas ricas podían tener una "Mariquita Pérez" y tener una pelota de goma era un signo de riqueza digno de la envidia generalizada de todos los chavales.
Y para terminar, sólo recordar que la plaza ha tenido los nombres de Plaza Mayor, Plaza de la Constitución (posiblemente con motivo de la aprobación de la Constitución de 1812 ó 1837), plaza de la República durante la Guerra Civil y definitivamente Plaza Mayor desde 1939, aunque para nosotros, aquellos niños de la posguerra de Chinchón, siempre será -solo- nuestra plaza.

Continuará....

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA.XVII (MEMORIA HISTÓRICA)

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EPÍLOGO.


Son las Fiestas de San Roque del año 1945. Según dicen los periódicos, ha terminado la Segunda Guerra Mundial.
Una pareja de padres jóvenes pasea con su hijo por la plaza el día del Patrón San Roque. Es la hora de comenzar una nueva vida olvidando los tiempos de guerra vividos unos años antes.
Es hora de buscar la prosperidad y el desarrollo económico, social y cultural. Es la hora de todos los que vivimos en aquellos tiempos de posguerra, que conseguimos, entre todos, llegar a la modernidad, y que ahora, después de tanto tiempo, queremos recordar con nostalgia.

Esta memoria histórica no es, desde luego, un trabajo de investigación; aunque tampoco son unas memorias al uso. Se podría decir que es, más bien, una pequeña crónica de un tiempo y de unas personas que vivimos ese tiempo. Pero es un crónica que está basada en recuerdos que empiezan a desdibujarse y que ya son lejanos en el tiempo, aunque el espacio sigue tan cerca.
Al escribirlas he querido ser respetuoso con fechas y hechos que ocurrieron durante este tiempo para lo que he tenido que recurrir a distintos archivos y publicaciones, intentando ser fiel notario de lo que ocurrió.
Es posible que alguien me pueda decir que no fue exactamente así como ocurrió, y posiblemente pueda tener razón; pero así es como yo lo recuerdo, aunque en alguna ocasión me haya podido permitir alguna licencia literaria que, desde luego, no pienso que pueda variar demasiado el contexto de la historia.
No creo que nadie se pueda molestar por lo que aquí cuento, aunque sí es más probable que alguien pueda enfadarse por algún olvido, que me apresuro a decir que es involuntario, y además comprensible, si pensamos el tiempo que ha transcurrido desde los hechos que aquí narro.
Sólo me quedar presentar mis disculpas si el trabajo adolece de un cierto orden; pero es que ya se sabe que los recuerdos nos llegan a la memoria de forma un tanto desordenada y caprichosa. He preferido no atenerme a una secuencia temporal y dejar que fluyesen recordando los distintos aspectos de nuestra vida de entonces, porque hacerlo de otra forma, podrían haber resultado mucho más farragosos y difíciles de organizar.
Me he atrevido a presentar este trabajo al Concurso convocado por el Ayuntamiento de Chinchón, porque pienso que lo que aquí se cuenta puede completar de alguna forma los trabajos históricos que ya existen sobre este mismo tiempo.
Y espero que mi trabajo, si no para completar la información de lo ocurrido durante la posguerra en Chinchón, pueda servir como añoranza para los que vivieron estos años y un acercamiento más entrañable para los que los conocieron mucho después, incluso, para los que todavía no hayan oído hablar de ellos.

AGRADECIMIENTO


Un día, por el patio de lo que era la posada de la calle de Morata llegó un turista, de los de entonces, con una cámara de fotos. Nos pidió permiso para hacernos una fotografía junto al pozo, colocando unos serones delante. Esta es la instantánea, y esos éramos nosotros, tan jóvenes y con todas nuestras ilusiones aún intactas.


Para terminar, solo agradecer la colaboración de mis amigos; los de siempre, con los que llevo compartidos muchos días, muchas ilusiones y muchas añoranzas. Gracias a sus recuerdos y a sus vivencias, con las que he ido adornando las mías. Sin su aportación estas memorias históricas de la posguerra hubieran sido más cortas y, desde luego, menos sugerentes.
A todos nos une, además de la edad y los recuerdos, nuestro amor por nuestro pueblo y por sus gentes, porque entre todos hemos ido formando y formamos un poquito de Chinchón.

UNA ACLARACION:

Aunque se trataba de hacer unas memorias, para su redacción he tenido que acudir también a recabar datos del Archivo Histórico de Chinchón y otras publicaciones históricas de distintos autores, sobre la época que hemos tratado.


Y UNA JUSTIFICACIÓN:

Pasados los años, nuestra memoria, nuestros recuerdos, necesitan un apoyo de las imágenes, para recobrar su verdadera dimensión. Todos guardamos en aquellas latas de la conserva del membrillo, las viejas fotografías que heredamos de nuestros padres, por las que hemos podido conocer a nuestros abuelos y también las costumbres y la forma de vestir de entonces.

Sin este testimonio, nuestros recuerdos y nuestra memoria quedarían incompletos. Por eso, como complemento imprescindible de esta memoria, he considerado fundamental rescatar parte de las viejas fotografías familiares y “pedir prestadas” algunas que viajan por el nuevo espacio que es internet, que de alguna forma nos pertenece a todos.

Es posible que alguna de las fotografías que aparecen en este trabajo corresponda a los años anteriores o posteriores a la época que hemos tratado en este estudio, pero muestran situaciones, personas o costumbres que son comunes a la primera mitad del siglo XX en nuestro pueblo.

Durante estos tiempos de la Posguerra fueron numerosos los fotógrafos que llegaron hasta Chinchón y que nos dejaron una muestra de su arte, al tiempo que plasmaban una realidad. Un ejemplo es Ingeborg Morath, una fotógrafa austriaca, nacida en el año 1923.

En esta instantánea, el fotógrafo austriaco Nicolas Muller ha captado la esencia de lo que era la plaza de Chinchón en un día de toros; posiblemente, un Festival Taurino.

Pero también los periódicos de la época nos dejaron bellas imágenes del pueblo. Esta fotografía de Cortina ilustraba junto a otras varias un amplio reportaje con el sugerente título que muestra la propia fotografía, en la que hacía un amplio recorrido por las distintas actividades de Chinchón, haciendo énfasis en la agricultura.
Un joven, que no aparenta más de doce años, monta un burro, camino de las eras al mediodía, saliendo por la Puerta de la Villa de la plaza.
La plaza, desierta, como correspondería a la sagrada hora de la siesta, menos para este niño, que tiene que ayudar en las tareas de la trilla.

Dos estampas del festival. El puesto de golosinas frente a la Fuente Arriba y un espectador, poco aficionado a la Fiesta Nacional se toma un refresco en el Bar del Puro.

Y con estas fotografías, cierro el trabajo de investigación que he titulado "CHINCHÓN EN LA POSGUERRA" Memoria Histórica de la Posguerra en los confusos recuerdos de un niño de Chinchón, y que obtuvo el 3º Premio en el XII Concurso de Investigación y Memorias de Chinchón y su Comarca de 2016.
Espero que su lectura haya servido de entretenimiento para algunos y haya hecho rememorar viejos recuerdos a los que también vivieron estos años.


Y como firma, mi carnet de aspirante de la Acción católica.

¡¡THE END!!

OPERA EN LA PLAZA DE CHINCHON.

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Una oportunidad única, el OTELO de VERDI en la Plaza de Chinchon.


El sábado 24 de septiembre a las 20 horas.
¡ NO TE LO PUEDES PERDER !

LOS CONDES ITALIANOS DE CHINCHÓN.

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El 27 de octubre de 1669 , Doña Francisca de Castro y Enriquez de Rivera se convierte en la octava condesa de la casa.
Al año siguiente se casa doña Francisca con su primo don Francisco de Guzmán Cabrera Bodadilla, que muere sólo dos años después, el día 29 de julio de 1672. Se casa de nuevo en el año 1677 con don Enrique Benavides, marqués de Bayona, que ostentaba el cargo de General de las Galeras de España y era del Consejo de Su Majestad.
No tiene descendencia en ninguno de los dos matrimonios y a su muerte en enero de 1683, pasan los títulos, la Casa y el Mayorazgo de Chinchón a la linea de sucesión colateral italiana, que representaba don Julio Saveli Fernández de Cabrera y Bobadilla, príncipe de Albano y Venafo, que era Guarda del Cónclave en el Vaticano, y grande de España de primera clase, que nombró a don Lucas Pastor para gobernar sus posesiones en Chinchón.
Con motivo de la Guerra de Sucesión, el pueblo de Chinchón se alinea con Felipe V y en contra del Archiduque Carlos.  No obstante, hay que decir que el reconocimiento al rey por parte del pueblo de Chinchón no era compartido por su Conde italiano a quien, por un decreto de 30 de septiembre de 1707, le fueron secuestrados los Estados que poseía en España, por haber reconocido y prestado acatamiento al Archiduque Carlos, cuando sus tropas entraron en Nápoles.
Por este motivo la administración del Estado de Chinchón fue confiada, con goce de frutos, a don Carlos Manuel Homo-Dei Pacheco Lasso de la Vega, marqués de Almonacid de los Oteros, embajador de Felipe V y Caballerizo Mayor de la reina María Luisa de Saboya.
Mientras tanto, a la muerte sin descendencia del conde don Julio Saveli el día 5 de marzo de 1712, se promovió un largo pleito para determinar el derecho a la sucesión en el Mayorazgo y Estado de Chinchón, entre las siguientes personas:
Don Cayetano de Sforza, Duque de Cesarini y su hijo José Sforza, vecino de Roma.
Doña Sinforosa Manrique de Lara Cabrera Bobadilla, duquesa de Nájera, representada
por su marido don Gaspar Manuel Manrique de Lara Portocarrero y Moscoso.
Don José Fernández Pacheco Cabrera Bobadilla, marqués de Vezmar y Moya. Doña Gloria Cesarini, don José Francisco de Herrera y don Virgilio Colonna que fueron declarados en rebeldía.
En el año 1728 fue ganado el pleito por don Cayetano Sforza y con sus poderes y después con los de su hijo, administraron el Condado de Chinchón don Ambrosio María Adriani y don Juan Bautista Dusmet.
No queda constancia si los condes italianos visitaron en alguna ocasión sus posesiones en Chinchón. A la muerte de su padre hereda el título don José de Sforza y Cesarini, duque de Genzano, quien el 25 de octubre de 1738 vende el título y Estado de Chinchón, con Ciempozuelos, San Martín de la Vega, Seseña, Villaconejos, Valdelaguna, Villaviciosa de Odón, Moraleja la Mayor, Moraleja de Enmedio, Sacedón y Serranillos, al Infante don Felipe de Borbón y Farnesio, hijo del rey Felipe V.


Por tanto, durante los 55 años que transcurren entre 1683 a 1738, el Condado de Chinchón perteneció a la rama Italiana de la Familia Cabrera-Bobadilla.
Aunque hemos dicho que no hay constancia de que alguno de los titulares del Condado visitasen Chinchón, sí es posible que alguna familia italiana se pudiese asentar en nuestro pueblo, aunque tampoco queda constancia de ello, a excepción de la Familia del Nero, cuyos descendientes aún siguen residiendo en Chinchón.


El recordar la relación de familias italianas con nuestro pueblo, viene a cuento porque en el numero 8 de la calle Gabriel Galán se ha colocado una imagen en bronce de una advocación del niño Jesús del Nero, según consta en una lápida que dice textualmente:


EN EL SIGLO XVI LAS FAMILIAS FARNESIO, ESFORZA, CARAVATI, DEL NERO Y TANTOS OTROS, SE ESTABLECIERON EN CHINCHÓN, APORTANDO SU CULTURA Y TRADICIONES. ENTRE ELLAS LAS CASAS PALACIEGAS Y EL CULTO AL NIÑO JESUS DEL NERO.
                                
El autor de dicha lápida es Ángel Simón “Quicile” y está datada en este año de 2016.

Ignoro quien ha ordenado la colocación de esta imagen y lápida en la fachada de la casa, así como quien lo ha autorizado. Sin querer entrar en controversia, considero que puede haber algunas imprecisiones en lo que allí se indica.
Las casas “palaciegas” que existen en Chinchón, datan del siglo XVIII y sus titulares nos dejaron sus blasones, como las Familias Zurita, Álvarez Gato, Calva, León, Recas, López-Robredo, etc. etc.
Sin embargo, no queda ningún vestigio de las casas palaciegas de las familias que se reseñan en la lápida referida.

Otro tanto podemos decir del culto al “Niño Jesús del Nero”, que no hay ninguna constancia de que haya tenido presencia en nuestro pueblo.
Invito al propietario de la casa a presentar documentación fidedigna para poder verificar lo que se indica en la lápida. Asimismo quiero solicitar del Ayuntamiento que haga las verificaciones oportunas antes de autorizar la instalación en lugares públicos de leyendas y datos históricos sobre Chinchón, que no estén convenientemente contrastados, para evitar que se desvirtúe la historia de nuestro pueblo.


DON LUIS LEZAMA SE VA A WASHINGTON.

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Era noticia en el periódico El Confidencial Digiital: "El padre Lezama se va a Washington a implantar en 74 centros católicos el innovador proyecto de su colegio"

Una vez más, don Luis Lezama es noticia, y buena, por cierto. El sacerdote Luis Lezama es presidente de la Fundación Iruaritz-Lezama que agrupa 23 restaurantes, 4 escuelas de hostelería, una escuela online con 18.000 alumnos y el colegio Santa María la Blanca. Su proyecto innovador denominado EBI (Educación Básica Interactiva) ha conseguido unos resultados académicos por encima de los países de la OCDE, según el último informe de evaluación académica Pisa for Schools.
Don Luis, hijo adoptivo de CHINCHON , donde inició su apostolado como coadjutor de la Parroquia de Ntra. Sra. De la Asunción y creador de la Pasión de CHINCHON, a sus 80 años, sigue demostrando su capacidad para sobresalir en todos los campos donde actúa.


Cuando hace una década Luis Lezama decidió regresar a la pastoral diocesana, el arzobispo emérito de Madrid, Antonio María Rouco Varela, le asignó una parroquia nueva en uno de los barrios emergentes y acomodados de Madrid: Moncarmelo. Comenzó su andadura en la Iglesia de Santa María la Blanca y, al no haber colegios en la zona, presentó un proyecto a la Comunidad de Madrid. Consiguió el concierto: un centro católico adherido a la parroquia. 
“Después de nueve años de trabajo, nuestro proyecto EBI ha conseguido buenos resultados, y no lo digo yo sino el informe PISA (Programa Internacional para la Evaluación del Estudiante) de los países de la OCDE. Después de pasar la evaluación,  Santa María la Blanca se sitúa muy por encima de los promedios de los países de la OCDE y se encuentra entre los 50 colegios más innovadores del mundo”, afirma el padre Lezama a Religión Confidencial. 
Tal ha sido el éxito, que en unos días, el padre Lezama se va a vivir a Washington por un año (acaba de cumplir 80 años), con el fin de asesorar e implantar este innovador proyecto educativo en 74 escuelas católicas del Estado, dependientes de la arquidiócesis de Seattle. Este agosto pasado, un equipo de la Fundación Iruaritz-Lezama se desplazó a Seattle para comenzar los primeros pasos de colaboración e implantación del Sistema EBI.
“El profesor de la prestigiosa universidad norteamericana de Notre Dame, el doctor Luis Fraga, quien ha comprobado la eficacia de nuestro proyecto, es quien está capitaneando esta acción y quien nos ha llamado para comenzar, en dicha universidad, la labor de innovación del sistema EBI. A través del doctor Fraga, la arquidiócesis de Seattle ha requerido de nuestros servicios”, anuncia Luis Lezama a este confidencial. 
Algunos expertos de este arzobispado norteamericano visitaron el colegio Santa María la Blanca, así como el doctor Fraga de la Universidad de Notre Dame y otros expertos de la Central Washington University, centro que también va a acoger el sistema educativo EBI.
Desde aquí, nuestra felicitación a nuestro don Luis y nuestro deseo de éxito en esta nueva andadura de su ya larga vida de empresas innovadoras.
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